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La hipervisibilidad del mundo de Karl Ove Knausgǻrd



por Philip Potdevin



El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han ha denominado la sociedad en que vivimos la sociedad de la trasparencia. La trasparencia es el nuevo paradigma en donde no hay lugar a ninguna sombra, a ningún secreto, allí nada está velado. "La omnipresente exigencia de trasparencia, que aumenta hasta convertirla en un fetiche y totalizarla, se remonta a un cambio de paradigma que no puede reducirse al ámbito de la política y de la economía."

Hay una hiper-visibilidad que deviene en pornografía. El detalle, el acercamiento, la minucia de lo gráfico, lo escénico, del producto y su empaque se vuelve obsceno. En la sociedad de la trasparencia todo se alisa, no hay arrugas; todo se convierte en positividad. En esta sociedad no hay cabida a la negatividad, sólo hay lugar para el rendimiento. Por ello, la sociedad de rendimiento produce su propia reacción. Cuando el alto rendimiento (éxito, triunfo, reconocimiento, dinero, fama) no se alcanza, aparecen las enfermedades neuronales: la depresión, el síndrome de déficit de atención por hiperactividad, el trastorno límite de personalidad y el síndrome de desgaste ocupacional. Mientras la sociedad de la vigilancia (bien retratada por Foucault) producía el loco, el criminal, la sociedad de la trasparencia produce el depresivo.

El filósofo Han también la denomina sociedad de la exposición.  "En la sociedad positiva, en la que las cosas convertidas ahora en mercancia, han de exponerse para ser, desaparece su valor cultural a favor del valor de exoósición.

La literatura no se sustrae a este nuevo paradigma de la trasparenca. Aparece por esta época quien podríamos titular el novelista de la trasparencia. Se trata del noruego nacido en 1968, Karl Ove Knausgǻrd quien irrumpe en la escena literaria escandinava en 2009 con una empresa insólita: una novela autobiográfica en seis volúmenes.

La mecha de entusiasmo se prende de manera rápida por toda Europa y ahora llega a estas latitudes. Por supuesto que hay que ponerse en guardia frente a ciertos fenómenos literarios que suelen ser montajes publicitarios de la industria editorial. Pompas de jabón que vuelan por el aire y que se desvanecen en la nada en poco tiempo.

Este no es el caso con Knausgǻrd. El resultado de su proyecto, de manera paradójica, es meritorio y atractivo si lo leemos en clave de Han y de la sociedad que nos ha tocado vivir en el albor del siglo veintiuno. Más que atractivo, Knausgard es adictivo, para ser preciso. La obra se llama, de manera provocadora Mi lucha (clara alusión al libro del mismo título de Hitler). De los seis volúmenes, por ahora los dos primeros, La muerte del padre y Un hombre enamorado están traducidos al español por Anagrama.

La vida de Knausgard (y la de sus seres más cercanos, padre, madre, hermano, ex-esposa, esposa, hijos) queda expuesta de manera total, de manera descarnada, y a la vez, discreta. Esto puede sonar a contrasentido. ¿Cómo lo logra? Por una parte, no hay intención de escándalo, de revelación de la intimidad, de romper unas convenciones o unos códigos de familia. La intimidad se exterioriza al punto que pierde todo pudor, todo tapujo, todo viso de privacidad. Estamos en la época del post-privacy. Por otra parte, el motor narrativo de la obra no es lo que se revela sino la forma como esto se revela.

La novela atrapa desde la primera hasta la última página, no hay pretensión de hacer una obra maestra de alta calidad literaria; esta se va construyendo a partir de la técnica usada. Knausgard confiesa, en el primer volumen: “en literatura todo es forma”. El escritor es un maestro, mas no de manejo del lenguaje. Su lenguaje es sencillo, preciso, frío e impecable. Decir lo anterior de un escritor nórdico es casi un pleonasmo. Aquí no hay lugar para la metáfora, para el adorno; lo que impera es el gobierno narrativo del acontecimiento, del hecho en su secuencialidad. Por ello, el autor lograr construir una obra de tres mil seiscientas páginas sin narrar una gran saga, sin apelar a lo épico, a lo formidable. Todo lo contrario. La vida de Knausgard es una vida bastante llana, como la de muchos escritores que luchan por hacerse a un lugar en el mundo literario. Una de sus virtudes es la de poseer una memoria prodigiosa. El noruego alcanza un ritmo endiablado para hilvanar una escena tras de otra y producir, a partir de los episodios de su vida, bastante normal, una obra narrativa difícil de igualar en ritmo, cadencia y placer estético.

Las analogías con la monumental obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido son inevitables pero superfluas. Más allá de la extensión de ambas, las similitudes son escasas. Además de un siglo de distancia entre sus vidas cada uno posee estilos muy diferentes. Mientras el primero retrata con preciosismo el detalle, la minucia, lo superfluo de la vida francesa de una burguesía decadente, Knausgǻrd se detiene, también en gran detalle pero con asombrosa vertiginosidad en los acontecimientos de su propia vida. No necesita personajes ficticios para retratar su época; tampoco tiene esa pretensión. La primera persona no requiere tapujos, es él mismo, Karl Ove, quien anima cada una de las páginas de la monumental novela. Más que una colección de reflexiones o pensamientos, que también los hay, la obra es un desfile de episodios, nada notables, absolutamente cotidianos, de su vida, desde la adolescencia hasta el momento que el autor cumple los cuarenta años y termina su proyecto.

Leer a Knausgard en el trópico puede ser algo extravagante. La obra transcurre en su Noruega natal y en Suecia. Por lo tanto, la mayor parte de las escenas son en invierno, días oscuros, cubiertos de gris, nieve y temperaturas bajo cero. La sensación debe ser similar a cuando un escandinavo descubre el realismo mágico latinoamericano. Y sin embargo, la lectura no es chocante para nada. Fluye, avanza, discurre con una facilidad enorme como solo lo alcanzan los grandes narradores. Hacer de la vida personal una obra literaria de valía requiere maestría y aquí hay una demostración de ella.

En una época donde la privacidad es casi un privilegio del pasado, en la cual la información de cada ser humano está prácticamente a disposición de todos sus semejantes, la obra de Knausgard se convierte en el epitome narrativo de la sociedad de la trasparencia, de la exposición.

Byung-Chul Han también define nuestra sociedad como una sociedad narcisista. El otro poco importa. La alteridad, la diferencia del otro está opacada por la exaltación del yo, del culto a la propia personalidad. En ese sentido Knausgǻrd se deja seducir, sin ningún problema y con notable resultado, por la principal tentación que persigue a todo escritor: el escribir sobre sí mismo. 

En todo esbozo autobiográfico el autor desnuda su egolatría, la necesidad de hacer de sí mismo un personaje memorable, así para ello deba hablar mal de sí mismo, de retratar sus vicios, defectos, miedos y perversiones. Es difícil encontrar autores que no hayan cedido a esta incitación y este no es la excepción. Lo que hace que el noruego salga a flote es que si bien en las tres mil seiscientas páginas de la obra hay un único personaje, la obra se lee sin empalagamiento.

La pregunta que queda flotando es si el lector que se embarca en uno, varios o los seis volúmenes de la obra lo hace con la curiosidad de voyeurista o simplemente se ha dejado llevar por la fuerza gravitacional de la sociedad de la trasparencia. O, quizás, por el mismo placer del texto, del que habla Barthes, que nos produce toda buena literatura. 


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