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Sobre Olfato de Perro de Germán Gaviria Álvarez


Presentación de la novela OLFATO DE PERRO de Germán Gaviria Álvarez, realizada por Oscar Arcos Palma



Un saludo cordial a las personas que presiden la mesa esta tarde del 29 de abril, y un saludo muy especial al escritor amigo desde hace seis lustros, Germán Gaviria Álvarez, Premio Nacional de Literatura  - Novela inédita 2011.

Debo reconocer en este breve, espacio un privilegio para expresar algunas palabras en torno al significado de Olfato de Perro en el decurso laborioso y silencioso del escritor durante años, en el panorama de las letras del país y en el ambicionado estatus de creación universal. Los cuentos, Amalia (1989) y Camino a San Martín (2007), el guión radiofónico dramatizado La Mejor Esquina (1990) y las novelas Y Escucho mis Pasos que Vuelven (2006) y El Hombre que Imagina (2011), entre otros trabajos, dan cuenta de ese decurso. Quienes hayan leído esas obras o quienes tendrán la oportunidad de hacerlo a partir de este momento, se harán a una idea precisa del proceso de aprendizaje del arte de escribir seguido por Germán Gaviria y también de sus preocupaciones más sentidas como ser humano en este tiempo concreto y real que nos ha correspondido en suerte.

Menciono de manera obligada, por la relación directa con el trasunto de la novela Olfato de Perro, el magnífico ensayo titulado Viaje y visión del ser en Los pasos perdidos (2006), sobre la obra de Carpentier, ubicable geográficamente en el Alto Orinoco. La elaboración del ensayo se basó en un viaje real que Germán Gaviria realizó en el 2005 en la Orinoquia Venezolana, justamente tras Los Pasos Perdidos, de Alejo Carpentier. No de otro modo Germán Gaviria Álvarez habría de alcanzar esa atmósfera telúrica de los Llanos Orientales y la selva amazónica como el tablado en la que se desenvuelve una buena parte de la historia en Olfato de Perro.

Puedo comenzar señalando, por ejemplo, que Olfato de Perro es la revelación de una voz literaria de paciente y elevada elaboración, amoldada en el crisol de una búsqueda estilística y de lenguaje absolutamente personal. Un estilo y un lenguaje reflexivos, meditados, no a imagen de cierta tradición narrativa de la vieja Europa, sino al modo de las activas y fluidas formas modernas de narrar en lengua inglesa. Y nada mejor que esa voz literaria que ha decantado Germán Gaviria para adentrarnos de nuevo, con lenguaje sugerente, fresco y reflexivo, en la trágica historia de la sociedad colombiana, la historia que, como en el Mito de Sísifo, nos hemos visto impelidos por fuerzas oscuras a reeditar más de una vez.

Olfato de Perro es la historia de Ignacio Madero, un hombre de 59 años, profesor universitario, que vivió de la máxima de que sólo el presente y el futuro nos pertenece. Aunque intentó, desde los 17 años, crear una especie de amnesia sobre el pasado familiar –a su vez el pasado de la sociedad en que vive-, habría de reconocer por fuerza que el pasado nos constituye. El tiempo de Ignacio Madero en la novela puede ubicarse en los dos o tres últimos años de nuestro tiempo, pero el pasado que lo constituye corresponde a la historia del país desde los años treinta del siglo XX, signada por la violencia y el desarraigo que aún se manifiesta bajo ropajes diversos en nuestra dramática geografía nacional, esa historia que la oficialidad ha procurado escamotear a la realidad. La realidad que Ignacio Madero, desde su cómoda posición de profesor universitario, desconoce.

Y, como en la Divina Comedia, de Dante, un día, por asuntos en apariencia fortuitos –uno de ellos el diario de su padre-, Ignacio Madero se encuentra en un estado del alma que semeja la selva oscura. Desde ella emprende un viaje hacia el pasado familiar y, por añadidura, a la quintaesencia de lo que ha sido el rasgo distintivo de la sociedad colombiana durante el último siglo, el de la violencia. El diario es un Virgilio guiándolo hacia el infierno de una realidad que se aviene bien con la geografía de los Llanos Orientales o de cualquier otra región que haya sido o lo es en el presente el caldo de cultivo de la acumulación impía de las riquezas y de las confrontaciones violentas que han engendrado la hidra de guerrillas y paramilitares. 

La novela obliga, desde la tragedia de los individuos, a revisar el pasado nunca esclarecido en la historiografía nacional: la expansión de la frontera agrícola o la segunda oleada colonizadora de campesinos desde los departamentos del eje cafetero, Tolima y Huila, la connivencia del poder político –sutilmente trabajado en la novela-, con el dominio de los hacendados en la concentración de la tierra y la violencia que desatan de manera recurrente. A través de Ignacio Madero, “descubrimos el [infierno] del pasado y nos sentimos presos de sucesos análogos en el presente”.
  
Además del estilo y el lenguaje singular utilizado por Germán Gaviria en la elaboración de la novela, debo destacar las claves referenciales que subyacen en esa profunda meditación de la tragedia humana individual y colectiva que el autor realiza a través de su personaje eje en el relato, Ignacio Madero: he señalado a Dante y a Virgilio y, de los tiempos más antiguos aún, el caldo inagotable del pensamiento, la épica y la tragedia griega. También Hobbes, Castoriadis, Heidegger, Foucault, Beckett, Dostoievski, Víctor Hugo, Kawabata, Blake, y hasta nuestro filósofo de provincia, Fernando González, contribuyen con su tránsito a esa terrible y necesaria indagación acerca del pasado.   

Quisiera concluir señalando que, la novela Olfato de Perro, ha dado inicio, desde un apuesta por la estética, el lenguaje, la imaginación y la universalidad, a esa necesaria aventura por responder a la pregunta sobre el ser colombiano, al estilo de los maestros contemporáneos, entre ellos  Coetzee en el marco de la sangrienta y despiadada historia del pueblo sudafricano o de Philip Roth a través del cuestionamiento de la moral que subyace en el comportamiento de la sociedad judía.

Muchas gracias

      

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