El sentido de un final de Julian Barnes o cómo se escribe una novela que bordea la perfección narrativa
La última
novela de Julian Barnes, ganadora del Man Booker, principal premio de las
letras británicas, acaba de aparecer en español, traducida y publicada por
Anagrama. Creo, de manera muy personal, que está en camino de convertirse en un referente
obligado de la perfección en el arte narrativo.
Es de esas
novelas que todo escritor quiere tomar en sus manos y, además de leerla y
gozarla de tapa a tapa, desarmarla, reconstruirla, voltearla al revés, como un
vestido, para ver como están confeccionadas sus costuras de tal modo que, en el
producto final, se genera un resultado tan limpio, tan pulido, tan agradable al
tacto, a la vista que deja a cualquier lector con una inmensa satisfacción del
llamado placer del texto.
Escrita en
primera persona, la novela tiene dos partes, la primera ocupa la tercera parte
del libro de apenas 169 páginas, lo cual la alcanza a inscribir dentro de la
categoría de novela breve. El argumento es un ejercicio de la memoria perdida y
recuperada de Anthony Webster, Tony, quien desde el otoño de sus sesenta y
tantos años, rememora aspectos específicos de su juventud. Una juventud marcada
por dos episodios: el primero, su noviazgo en el primer año de universidad con
Verónica, enigmática, brillante, distante y provocadora, quien siempre le sale
adelante en los diálogos elaborados y refinados que sostienen; el segundo, el
grupillo de amigos con los que Anthony desarrolla una relación muy estrecha
desde el bachillerato, en especial, con uno de ellos, llamado Adrian Finn (el
apellido no es fortuito, pues tiene un dejo de fin, de final que está en el
titulo), quien se caracteriza por ser de una inteligencia y percepción superior
a lo normal.
La relación
entre los tres personajes se construye a través de la información que el
narrador va dosificando, no de manera maliciosa ni truculenta, sino en la
medida que él mismo va recordando hechos, aprendiendo cosas que no sabía de su
pasado o reenfrentado acciones suyas que había borrado totalmente de su memoria
y regresan con la violencia de una vergonzosa bofetada. El lector avanza en la
trama a la par que el narrador desenvuelve la madeja de su pasado. La técnica
narrativa consiste, de manera muy elemental y, por ello mismo, magistral, en no
dejar entrever nada de lo que sucederá una sección, una página o un párrafo más
delante de lo que narra cada línea, y a la vez, (allí está de nuevo la
maestría) en la medida que el lector avanza en cada párrafo, en cada página,
cada sección, toma conciencia que todo viene escrupulosamente construido frase
a frase, momento a momento. Hay una metáfora en la narración que ilustra este
mecanismo y es el hecho que de tanto en tanto el Támesis se devuelve en su
curso y sus aguas remontan el cauce en sentido contrario a su flujo. El hecho
es un acontecimiento que los turistas y los mismos londinenses, incluidos Tony
y Verónica, siguen con diversión. Así la novela es construida, con una memoria
que se recupera de atrás para adelante, mientras que los hechos suceden de
manera lineal.
Es reconocido
el poder que tiene la prefiguración en la técnica narrativa, y cómo cada autor
hace uso de ella para lograr causalidad, orden, verosimilitud en la narración.
Pues bien, Julian Barnes es experto en usarla de la manera más sutil. Lo
prodigioso es que en la novela todo está prefigurado desde la primera página y
sin embargo, todo resulta sorpresivo al lector, allí la maestría de la
narración, donde si bien el lector atento lee cada frase sabiendo que algo
tendrá que ver con lo que viene adelante, no por ello alcanza a vislumbrar los
giros y vericuetos que la historia va dando en su desarrollo.
Un ejemplo es
el suceso que los cuatro amigos viven en su colegio, cuando un compañero
fallece trágicamente. Se enteran poco después que se ha suicidado pues ha
embarazado a la novia y no encuentra solución diferente para salir del
embrollo. Ese hecho se convierte en una doble prefiguración del eje principal
de la novela.
En un doble juego del narrador, contra sí mismo y contra el lector,
Verónica acosa a Anthony con una frase, que hace sentir a narrador y lector
como seres francamente inferiores frente a lo que para ella es obvio. Dice, no
sólo durante le noviazgo sino cuarenta años después cuando se vuelven a
encontrar por razones relacionadas con el mismo Adrian Finn: “Es que tú no la
captas, ¿no? No entiendes y nunca entenderás” reprocha Verónica mientas Tony se
devana los sesos para encontrar orden y lógica en los hechos que se despliegan
frente a él. Y la misma confusión la vive el lector. Por ello se crea de manera
admirable una fraternal complicidad, en el desconcierto, entre narrador y
lector.
El otro
recurso con el que Barnes genera una trama perfecta es la tensión, tal vez el
elemento más sencillo y antiguo de toda narración, desde cuando se contaron por
primera vez las mil y una noches o desde cuando el narrador oral dejaba en
ascuas a sus escuchas sobre qué iba a pasar después y dilataba el desenlace
para mantenerlos en vilo. Esto suena elemental respecto a un novela, pero aún
así hay que anotarlo: la tensión es y seguirá siendo un recurso principal como
función de la novela. Todo lector quiere saber qué va a pasar y por qué esto
que pasa sucede y de qué manera se desenvolverá todo el asunto que a primera
vista parece complejo, intrigante. Barnes, repito, maneja este recurso de la
manera más sencilla y admirable.
Cuando el
lector logra sentir desprecio por un personaje, es sencillamente por que el
personaje está bien caracterizado. Igual si siente compasión por otro. Es
imposible no juzgar a Verónica por su forma de ser, críptica, autosuficiente,
utilitarista y despectiva. Así mismo es imposible no sentir una enorme
compasión por el narrador sin que Tony haga una lacrimosa personificación de si
mismo. Él se ve arrastrado por el curso de los acontecimientos, traicionado por
su memoria, por lo que cree recordar y resulta que no ha recordado
correctamente y que en realidad quien conserva la autenticidad de los hechos es
la misma Verónica, quien es implacable, no tiene consideración y se encarga de
revelar el lado oscuro que Tony ha olvidado de sí mismo.
El final
podría parecer traído de los cabellos y no lo es, pues gracias a la
prefiguración, todo se ha anunciado de manera tan sutil, tan circunstancial,
que creo ningún lector, por avezado y malicioso que sea, puede anticipar un
final tan sorprendente. El lector cae en las mismas trampas que cae el narrador
al reconstruir la historia, al recuperar la memoria y al final, entender de
verdad lo qué fue lo que en sucedió con Verónica, Adrian y con él mismo. Tony, y
por supuesto el lector entiende todo al final de la novela, como en las mejores
obras del género, sin que nada resulte fortuito, forzado o truculento.
Por supuesto,
hay también un finísimo humor diseminado por cada pagina. Como en la frase de
Tony que dice, en algún momento algo así como, “ si nosotros estuviéramos en
una novela, pasaría esto…. pero cómo no lo estamos entonces lo que sucedió fue
esto otro…”.
Por último, resta
agregar que como en toda obra maestra, la perfección está vestida de sencillez.
La trama de The sense of an ending, es absolutamente llana. No hay
demasiadas historias contadas, es una sola. Los personajes son pocos, bien
definidos, apasionantes cada uno y todos verosímiles. Los hechos se dan de
manera inevitable, todo es así por que debe ser así, y a la vez es casi
elemental, obvio. Allí está, insisto, la maestría del autor.
Cualquier
escritor que haya intentado y logrado escribir una novela sabe el inmenso
trecho que hay entre conocer los rudimentos de la técnica narrativa,
algunos aquí mencionados, y armonizar
las partes para que el resultado sea, no sólo verosímil y apasionante sino de cierto
valor literario. En resumen: una novela magistral para todo escritor/lector,
independiente de si se trata de un profesional o no en la materia.
Brillante análisis.
ResponderEliminarMuchas gracias Tina. Philip
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