por Philip
Potdevin
Hay una puente entre Catulo, poeta romano
del siglo primero antes de la Era Común del que nos ocupamos en la primera
entrega y Carmina Burana, la colección de poemas medievales del siglo doce que
se hace manifiesto en la obra musical de Carl Orff, quien en su tríptico Trionfi, integró la obra de Catulo y la
de los monjes trashumantes medievales. Orff encontró en ambas obras una
extraordinaria fuerza rítmica, que embruja con sus cadencias y cautiva al
oyente pues parecería ser que fueron poemas compuestos para ser leídos en voz
alta.
Lo cierto es que Carmina Burana originalmente es una colección de poemas encontrados
en el monasterio benedictino bávaro de Beuren, en Alemania en 1847 y que hoy
reposan en la Staatsbibliothek de
Munich, conocida también como el Codex
buranus.
Es necesario aclarar que no constituyen en
sí un tratado amoroso como lo son el Kamasutra,
el Anang-Ranga, el Jardín Perfumado pero sí forman un testimonio de la vida
profana, libre y erótica de la época.
A pesar de no conocerse su autor, e incluso
se especula que sean varios, se ha identificado
su origen en el siglo XII de nuestra era, más específicamente se atribuye el corpus a la secta de los goliardos; una caterva de monjes
licenciosos sin ley ni orden que vagaban de pueblo en pueblo, amparados por la
protección que les brindaban sus hábitos, aunque estuvieran roídos, sucios y
malolientes. Se hospedaban en posadas, donde pasados unos días el tabernero se
veía forzado a expulsarlos tras comprobar que estos clérigos no pasaban de ser
unos zánganos, bebedores, tahúres, más dados a los placeres lujuriosos de la
carne que a la contemplación divina. Aún hoy se discute el origen del vocablo
goliardo: mientras unos afirman que viene de gula, por la manía de beber y comer de la manera más desordenada,
otros lo atribuyen a un mítico Golías, famoso en su tiempo por glotón y
crápula, aunque a la vez letrado y dado a los cultos saberes, que con no menos
desverguenza que imprudencia creó contra el Papa y la curia romana muchas
celebres canciones.
No por venir de origen vagabundo dejan de
traslucir estos poemas la pluma erudita y el manejo impecable del ritmo y la
métrica. La colección consta de doscientos cincuenta poemas en ciento diez folios. Los poemas se
pueden clasificar como rítmicos, enumerativos, satiricos amorosos y de taberna
e incluso, religiosos, aunque no desprovistos estos últimos de picante. En
resumen los Carmina Burana buscan ensalzar la vida pintoresca y
animada de los goliardos, llamados también estudiantes vagabundos y reconocidos
por todos como chocarreros, maldicientes, blasfemos, dados a las alucinaciones
y prácticas fuera de lugar pues se decía que se exhibían desnudos en público,
dormían en los hornos, frecuentaban las tabernas, las garitas y las meretrices
y conseguían su comida pecando.
No es necesario ser latimista para degustar
ese sabor original de poesía oral y pedestre que conservan y en la lengua en
que fueron escritos hace más de ocho siglos:
Bibit
hera, bibit herus,
bibit
miles, bibit cleris,
bibit
ille, bibet illa,
bibet
servus cum ancilla,
bibit
velox, bibit piger,
bibit
albus, bibit niger
bibit
constans, bibit vagus,
bibit
rudis, bibit magus.
En
español:
Bebe
el ama, bebe el amo
bebe
el caballero, bebe el clérigo
bebe
este, bebe aquél,
bebe
el siervo con la criada,
bebe
el activo, bebe el perezoso,
bebe
el blanco, bebe el negro,
bebe
el constante, bebe el versátil
bebe
el rudo, bebe el mago.
No es sorpresa entonces que Orff, maestro
del ritmo, encontrara en los Carmina
Burana un fuente riquísima de material musicable.
Los goliardos ya en el siglo doce no se
cansan de exaltar virtudes y vicios del dinero. Lo declaran rey, colocan a
príncipes y reyes como vasallos de este; no hay orden clerical, ni siquiera en
las más altas esferas romanas, que no se deje seducir por el sonido de las
monedas doradas. En cuanto a la influencia del dinero sobre el amor, se
sentencia en Carmina No. IV:
El
dinero enamora
y
extravía a las mujeres
A
las damas venales
el
dinero hace imperiales
y
más adelante:
sin
dinero nadie consigue
ni
honra ni amor.
Pero concentrémonos en los poemas amorosos
que allí podemos encontrar un código de conducta observado con rigor por los
goliardos. En primer lugar el goliardo no logra sacudirse del todo el
sentimiento de culpa por su vida pecaminosa y se debate entre los opuestos del
bien y el mal:
Mi
alma fluctúa
y
se agita
en
angustiosa inquietud
volviéndose
y desgarrándose
entre
opuestos impulsos
....
La
razón me invita
a
aplicarme al estudio;
más
como el amor me incita
a
otra tarea,
me
tiran de dos lados contrarios.
Y en otro lugar:
Ardiendo
por dentro
de
cólera impetuosa
lleno
de amargura
me
digo a mi mismo
Hecho
de materia
de
leve sustancia
soy
como una hoja
juguete
del viento
Me
dejo llevar como
nave
sin marinero
La
gravedad del espíritu
se
me antoja demasiado rigurosa
la
chacota me es grata
y más dulce que la miel
Cuando
Venus manda
es
tarea suave
jamás
asentada
en
los ánimos indolentes
Ando
por el camino ancho
como
joven
me
meto en los vicios
sin
atender la virtud
ávido
de placeres
más
que de mi salvación
muerto
en el alma
me
desvelo por el cuerpo.
Discretísimo
prelado
de
ti pido perdón
muero
buena muerte
con
dulce perecer perezco;
me
desgarra el pecho
la
belleza de las mozas
y
a las que no puedo de obra
las
violo de corazón.
Nada
más difícil
que
vencer el natural propio
y,
viendo a una doncella,
mantener
puro el pensamiento;
los
jóvenes no podemos
seguir
tan dura ley
y
no atender a sus gráciles cuerpos.
¿Quién no se quemará
en el fuego?
¿Quién podrá seguir casto en Pavía,
dónde Venus caza
a los jóvenes con el dedo
los liga con los ojos,
con el rostro los apresa?
Sin embargo el sentimiento licencioso es
más fuerte y se invita:
¡Gozad
todos, burlad,
danzad
a una rueda!
De
los jóvenes es la gracia
de
los viejos la chochez
¡Escucha
bella maga,
los
mil modos de Venus!
¡Esa
es la caballería!.
En uno de los poemas donde se exalta de
manera más cristalina el sentimiento amoroso, un canto a la inocencia núbil que
se asoma a lo pecaminoso del mundo, se dice:
En
amoroso solaz
virgen
soy y ella es virgen
no
aro sobre la semilla,
peco
sin faltar
..
Ando
con el fuego
de
la moza excelente
y
mi amor por ella
rece
cada día;
el
sol está a mediodía
y
yo no me entibio
...
Nada
más grato que retozar con una muchacha
en
ella no hay ninguna hiel
los
besos que se dan
más
dulce que la miel
En
amoroso solaz
virgen
soy y ella es virgen
no
aro sobre la semilla,
peco
sin faltar
Traveseo
con Cecilia.
Nada
temáis
soy
como custodio de su frágil edad.
Quiero
solo travesear
es
decir contemplarla
hablarle
de frente,
tocarla
y aun besarla
el
quinto grado obrar.
Para saber a qué se refiere este quinto
grado de amor, debemos remontarnos a Horacio que descompone la progresión
erótica. Las cinco fases en efecto son: "visus et alloquiem, contactus et oscula, factum, o en buen español:
ver y hablar, tocar y besar, hacer. Y por supuesto la progresión
debe hacerse de manera completa y nada peor que quedar a mitad de camino:
Ver
, hablar,
tocar,
besar
la
moza me había otorgado gozarlo;
pero
aun distaba
la
última
y
mejor meta
del
amor.
Pero no siempre la iniciativa proviene del
goliardo sino de igual forma la invitación llega del sexo opuesto, como en el
poemilla que dice:
Sale
a la alborada la zagalilla
con
su rebaño y con su cayado.
...
En
el prado ve
a
un escolar sentado:
"¿Qué
haces ahí señor?
Ven
a retozar conmigo."
El anterior poema tiene una similitud
asombrosa, al menos en su temática de la invitación femenina al joven
mancebo, con un poema del sánscrito
traducido del inglés por Octavio Paz en la revista Vuelta del marzo de 1995,
titulado Invitación Oblicua, que dice:
Viajero,
apresura tus pasos, sigue tu camino,
los
bosques están infestados de fieras,
serpientes,
elefantes, tigres y jabalíes,
el
sol se oculta ya y tu, tan joven andas sólo.
Yo
no puedo hospedarte:
soy
una muchacha y no hay nadie en casa.
No se pretende aquí trazar un hilo
conductor entre la poesía latina y los Carmina
Burana, pues entre una y otra hay casi doce siglos, pero los mantiene
unidos dos elementos importantes, el latín profano, que en la época dorada la
poesía latina floreció con poemas de claro corte erótico como los ejemplos de
Ovidio, Catulo y Sexto Propercio, y el evidente tema amoroso-erótico.
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