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Noviembre en Poniente de Philip Potdevin gana mención en el Concurso Nacional de Poesía de la Casa de Poesía Silva

El poema Noviembre en Poniente obtuvo segunda mención en el concurso La poesía en el amor, organizado por la casa de Poesía Silva. El jurado compuesto por Carmen Millàn, Eduardo Uribe y Giovanni Quessep, informó que llegaron 2515 poemas al concurso. 




Noviembre en Poniente
Philip Potdevin










L’amore piu non è quella tempesta.

Giuseppe Ungaretti


Y el vello del fruto que tortura los dedos del amor

Yannis Ritsos


Tu non m'abbandonare mia tristezza
sulla strada

Eugenio Montale







Noviembre y sus tripas no se saciarán jamás
Se hermanaron con esta comarca hace tres meses… ¿o cuatro?
Como el huésped que se rehúsa a marchar a pesar de la escasez
Como la dolencia que se acomoda para ser cargada un largo viaje.
No hay cabida para más cruces en la hoja del almanaque
Como víctimas de la pandemia que se procrean sin fin.

Estos setos no se riegan con líquidos vestigios
Estos parques no se cierran a las rejas de la noche
Estos bosques no se talan con hachazos al alma
Estos jardines se podan con el granizo de mediodía.

Noviembre se atravesó en el camino de los vientos y se detuvo
En el lodazal de la cordillera que escurre por los desfiladeros
Como un largo suicidio que no termina de triunfar.

El ancho agosto parió noviembre, monstruoso, acéfalo, ruin
… hay sospecha de que diciembre no germinará, y por su lado
Enero aguarda agazapado en las grutas de los conspiradores.

El cielo ha tendido el manto de nubes en su patio trasero
El cielo ha represado la catarata para llenar la alberca con el solsticio
El cielo: inmóvil, pesado, plomizo, obstinado e indiferente.
Las encías del cielo supuran la sanguaza dulzona de la garúa
Que se cuela por entre los pañolones y las franelas y las conciencias
Y frutece en el licor que nos embriaga de coléricas evocaciones.

Se respira la borrasca que asfixia el sendero
Y amenaza fulminar el aleteo de las ideas.
Las raíces del sol se pudren en el pantano de aquellas Victoria Regias
A la espera de un resquicio de luz filtrado por la fisura del verbo divino.
Un manojo de rosas marchitan el pergamino de la frente resquebrajada
Sin siquiera enterarse del rocío del Aleluya.
Y el sol claudica la canícula
                                 al lacayo ciego que preconiza la Era de las Tempestades.

Estos años…
Estos años de frenesí y dolor crecieron a la sombra de un alcaparro dorado.
Estos años vieron cosechar la vid avinagrada de hojas grandes y manchadas.

Alguien dijo, a tu lado y casi en murmullo:
            El amor,
            El amor, duro y reseco como las hebras de una picadura deshidratada.
            El amor de los arreboles de octubre se ha olvidado del silencio de la casa.

Y… ¿qué fue de octubre y setiembre?
¡Siguieron de largo sin reparar en esta estación!
Solo noviembre se aclimata en los Anales de este hogar
Con sus madrugadas de jaquecas y agrieras.

Son treinta, cuarenta, cincuenta  y tantos carnavales
Con sus miércoles de ceniza y cuaresmas y domingos de Resurrección
Con gusto a aceitunas rancias abandonadas en un platillo sobre el mesón.

Los astros chupan con avidez las colillas de las luciérnagas
Para impedir que la noche se derrumbe invicta sobre el techo de la casa.
En inútil esfuerzo pues el cielorraso desfondado ya inventó la Vía Láctea.

¿Viste?
Tu pareja se ha ausentado de tu lado
     para refugiarse en las antípodas de la casa.
Ha marchado por un café que hierve desde el amanecer,
Ha marchado por una revista sin carátula leída mil y cien veces en el retrete.
Ha preguntado antes de izarse desde la mecedora: ¿Llamaron?
Escribieron, dices, pero desde que llegó noviembre no abro el correo.
Diles, dice, que de tanto extrañarlos reinventamos sus caras, sus manos, sus voces.
Las imágenes de infancia perdieron su color y hoy son casi daguerrotipos.

Escucha.
Son dos almas que conversan sin palabras.
Que se adivinan en gestos
Que reclaman con una mirada
E insultan sin hablar.

Calla.
Entran dos filas de lagartijas y sapos a entonar su cantata profana
Juntos han orquestado los versos de Safo y Catulo y los goliardos
Para reclamar a la noche el contrapunto del amor desenfrenado.
El cascarón baboso de la cigarra caerá del tronco lavado por la lluvia
Sin dejar huella de dónde solfeó en pretéritos equinoccios.

¿Es acaso ese el sol detenido a quince grados sobre el horizonte?
¿Se levanta o se pone?
    Se pone, la rosa de los vientos marca el poniente,
Siempre el poniente.

Aguarda.
El amor reivindica la posesión del cuerpo
Ese cuerpo extenso ha prescrito a tu favor
tras años de uso, con ánimo de señor y dueño
… posesión tranquila e ininterrumpida.
¿Acaso lo olvidaste, hermano mío?
¿Acaso niegas el silbido, el ulular, el clímax, las cumbres y los valles?
Portas como medallas las manchas de las sábanas aposentadas tras cada batalla.

El placer ha hipotecado sus salmos a los acreedores de la noche
El placer se ha enmohecido como un mudo video erótico
En busca inútil de dos cuerpos fofos, foscos, fláccidos
Como el cuello de una tortuga que sobrevive al paso de los conquistadores
Que mide un tiempo sin tiempo, que espera un día sin esperanza.

¡Ay! de los albaricoques de los años mozos
¡Ay! del fragor de los cuerpos lacerados a mordiscos
Resaca de los invidentes que brindan en la última cena
Olvido del caníbal saciado de las vísceras de su prójimo,
Deseo del anciano tras el efebo que se escurre en la multitud.
Apenas sobreviven postales, retratos mutilados, reclamos de infidelidades,
Los juramentos y promesas han muerto enredados en los atrapasueños.

La casa se deshoja en el deslío de noviembre.
Cada hijo marchó con un catre, un libro, una taza.
Ya no hay libros.
Cada amigo se llevó tres, cuatro.
El último huésped ayer tomó prestados los siete que quedaban.
Ya no hay vida más allá de la agonía de las revistas de poesía.
El esqueleto de las bibliotecas bailotea en las sombras del candil
Y no importa,
 a los casi ciegos nos estorban los libros.

Hace dos noches encendí el fuego con la obra inédita
Si bien es cierto que todo valía la pena… para el fuego.
El fuego ha celebrado y brincado hasta el amanecer
Los versos eróticos, los que mejor crepitan en las brasas.
Los versos épicos han humedecido y se niegan a arder,
Los versos a los amigos se abrazan en llamas azuladas.

Noviembre desdentado masca su papilla de recuerdos y sollozos.
Quizá alcance a escucharse tras su rumiar el clamor de mi bramido:
¡Yo amé!

La llanura del muro alguna vez vestido de blanco ostenta una puntilla
De allí cuelga una cintica tricolor que da fe que de allí colgó un tiple
Entonaba las guabinas y los pasillos y la contradanza y el bunde.
Ya no existe la vitrola donde Luis A. Calvo interpretaba su Intermezzo No. 3
Yo sentado en las rodillas de mi abuelo aunque él murió en el treinta y tres
Y yo nací en el cincuenta y algo.
Y aún así recuerdo cada nota.

Abro la ventana y ha cesado de llover.
Cada charco refleja una luna diferente
Cada charco atrapa una nota de lejanía
Cada cristal añora el repiqueteo de la lluvia.

El abrazo, el gesto, la prenda, el beso, la caricia, el gemido.
Todos salen a celebrar con su canturreo el fin de noviembre.
Noviembre partió y ha dejado sus lodos secos y pestilentes
Como el pescado rancio en un congelador descompuesto.

Estas llagas no se cicatrizan con caricias.
Estas arrugas no se bruñen con el sol venidero,
Estas lágrimas no se enjugan con la risa de infantes.
Estas manos se deshacen en tristeza y desapego.

¡Yo amé!









Si puedes ver detrás de los escombros
De tantas raspaduras y tantas telarañas…


Olga Orozco

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