La lectura de
El amigo del desierto, de Pablo d'Ors, pomposamente
subtitulado Relato de una vocación,
constituyó una gran desilusión para mi. Es una pena que se haya desaprovechado
la posibilidad de hacer una excelente novela de tono
místico.
Lo que promete la contraportada, (con referencias al zen, a Rothko, Saint
Exupery, Edmund Jabès, Charles de Foucauld, San Juan de la Cruz y al Maestro
Eckhart), la solapa (con la semblanza biográfica del autor quien posee un
doctorado en teología y publica con esta su sexta novela), los tres epígrafes, (uno
de Thomas Merton, un proverbio árabe y un verso del Tao te King), la dedicatoria a los padres claretianos y las páginas
preliminares que anuncian unos Dramatis Personae, y luego unas Escenografías, resulta constituir un aparatoso andamiaje artificial
y presuntuoso para un edificio narrativo que no logra ni estatura ni estructura,
y muy poca estética.
Pavel, es un
oscuro personaje, de origen checo, que se vincula con una sociedad que dice
reunir miembros de lo que llaman Amigos
del Desierto. Los capítulos iniciales no fluyen; carecen de verosimilitud y están llenos de lugares comunes (“contemplando aquellos desiertos, el tiempo parecía haberse detenido en
mi”, “el reflejo de mi propio rostro me sorprendió en el vidrio de la ventana”,
“no había reparado en cómo la
hábil insinuación de Jan ya había hecho efecto en mi” y la clásica y
gastada admonición: “Abandone la asociación”…
“¡Todavía esta a tiempo!”. Los intentos de generar
tensión por un rechazo inicial que sufre Pavel de parte de quienes lo han
invitado para que conozca a la asociación no producen el efecto esperado. Por todo lo anterior, la esperanza del
lector de acercarse a la experiencia mística de Pavel, derivada de su relación con el desierto se desvanece rápidamente y nunca se llega a
concretar en el transcurso de la novela.
Los capítulos
dedicados a narrar las tres visitas que hace Pavel al desierto del Sahara son anecdóticos, superficiales, no logran generar ninguna credibilidad en quien se supone es un narrador que conoce y ha tenido experiencias transformadores en un entorno inhóspito como el Sahara. Las exploraciones de Pavel al desierto son marginales, al
igual que son las experiencias que este tiene cuando se enfrenta, bien sea
sólo, o con sus compañeros de excursión, en las dunas siempre
cambiantes del desierto.
Pavel, no
sufre, no vibra, no gana ni pierde con ir o con quedarse en el desierto. Es un
personaje anodino que no vive ninguna transformación de importancia. Sus escarceos amorosos con las tres damas de la asociación
checa o con algunos de los personajes masculinos son superficiales, imprecisos
y no conducen a nada, ni siquiera a la afirmación de una supuesta vocación de
introspección o de conocimiento interior. ¿Cuál es la justificación para situar
la novela en la República Checa? Más allá de mencionar alguno lugares y unos
nombres evidentemente checos, no hay la menor intención de ambientar con alguna
verosimilitud los lugares, la cultura, la esencia de una nación bastante
alejada de lo que apasiona al club de Amigos del Desierto.
La novela de
igual modo deja pasar una oportunidad de adentrarse en un personaje que
supuestamente inspira a Pavel, el místico francés de comienzos del siglo XX Charles de Foucauld. La esencia de los pueblos Tuareg, habitantes del
Sahara, tampoco se logra precisar, los dos guías que pasan por las páginas, Jehuda y
Shasu, son personajes sin peso especifico.
La novela
cierra con dos lánguidos capítulos, El dibujante del desierto y La escritura
rota, donde Pavel, supuestamente dibuja varios paisajes del siempre cambiante
del desierto (las laminas con los paisajes, quizás lo más bello de la novela)
están salpicadas a través del capitulo. Lo irónico es que su autoría provienen
de terceros que parecen haber aportado sus obras artísticas a la novela de d’
Ors. El capítulo final se pierde en la Nada, en la acción cada vez más macada
de Pavel de ir espaciando su caligrafía hasta casi desparecer en ella, en líneas
sin ningún significado específico.
Así sea duro el comentario, esta novela no pasa de ser una mona vestida de seda.
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