Alicia:
Sólo vine a ver el jardín
Alicia en el País de las Maravillas,
Lewis Carrol
Para
la generación que conoció la obra poética de Alejandra Pizarnik después de su
muerte, ocurrida el 25 de septiembre de 1972 tras varios intentos fallidos de
suicidio, la lectura de su obra nos pone a la caza de las claves de una vida
signada por la angustia. Es ya un lugar común tratar de encontrar el anuncio de
la muerte en su poesía. Sin embargo, su obra es tan rica en símbolos y señales
que desborda la lectura inicial en pos de signos fatídicos. Es cierto, la
totalidad de su obra, genial, precoz, sincrética y universal está impregnada de
la angustia primaria de la pregunta que Camus y antes Unamuno y Kierkegaard
entre otros, se plantearon ante la duda de la existencia misma.
Alejandra
Pizarnik nace un 29 de abril de 1936 y termina su vida treinta y seis y medio
años después, dejando una obra
rica y evolutiva, madurada a través de casi quince años y representativa del
trasegar de sus días. Allí se encuentran los miedos atávicos de la infancia así
como el desespero final de los últimos versos.
No
le fue necesario llamar la atención sobre su obra, de manera póstuma, mediante la
truculencia del suicidio. Ya desde sus primeras publicaciones, a diferencia de
otra malograda poeta, la norteamericana Silvia Plath, encuentró el
reconocimiento de autores de la talla de Julio Cortazar, Octavio Paz y Jorge
Gaitán Durán. Este último, con su tino para detectar y reconocer la gran
literatura, la acoge en las páginas de Mito
y publica en el número siete de 1961, fragmentos de los diarios
correspondientes a los años 1960 y 1961. En uno de las entradas al diario,
Alejandra formula una paráfrasis a la pregunta que Camus se plantea al inicio
de El mito de Sísifo. Dice, de manera premonitoria: “El más grande misterio
de mi vida es éste: ¿Por qué no me suicido? En vano alegar la pereza, mi miedo,
mi distracción. Tal vez por eso siento, cada noche, que me he olvidado de algo.”
El
reconocimiento internacional le abre las puertas y comienza a cartearse y
alternar con la intelectualidad latinoamericana del momento. Entrevista a Jorge
Luis Borges, a Juan José Hernandez a Roberto Juarroz. Es amiga personal de poetas como Enrique Molina y Olga
Orozco, quienes la introducen al surrealismo de Michaux, Breton y Artaud.
Colabora en revistas especializadas como Cuadernos
Hispanoamericanos de España, Sur
de Buenos Aires, Zona Franca de Caracas y Mito de Bogotá, entre otras.
Su
obra está contenida en los libros de poesía y prosa poética: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Árbol de Diana (1962), Los
trabajos y las noches (1965), Las
aventuras perdidas (1965), Extracción de la piedra de la locura
(1968) y El infierno musical. Publica
además en 1971 un ensayo sobre el sadismo: La
condesa sangrienta.
La
temática de su obra (admite en una entrevista concedida a Martha Isabel Moia),
oscila entre signos y emblemas relacionadas con su infancia, los miedos, la
muerte y la noche de los cuerpos.
Estos temas se cristalizan
en la oposición vida-muerte representados
por un lado, por las imágenes del
jardín como símbolo del mundo, de la realidad, “solo vine a ver el jardín / ... /
no es este el jardín que vine a buscar / a fin de
entrar, de entrar, de no salir” y
del bosque que es el silencio: “Todo hace el amor con el silencio.
/ Me habían
prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio” y por otra parte, de la noche y la
muerte como representación de la nada y el vacío: “nadie me conoce yo hablo la
noche / nadie me conoce yo hablo mi cuerpo / nadie me
conoce yo hablo la lluvia / nadie me conoce yo hablo los muertos”.
La polaridad no es difícil intuirla: “el deseo de morir es rey”.
Alejandra
no hace parte de este mundo: “afuera hay sol / no es mas que un sol / pero los
hombres lo miran / y después cantan. / Yo no sé del sol ...”. “Yo muero en
poemas muertos que no fluyen como yo / palabras reflejas que solas se dicen. / Ellas
me están matando."
Otro
eje es el tormento que agobia a la escritora durante su vida pero que apenas se
intuye en su obra. Aquel mismo que agobió a Tchaikovsky y apenas dejo traslucir
en la Sinfonía No. 6, llamada Patética, de amar a los de su mismo género. En
Alejandra es la angustia sáfica “por amor del amor de la otra orilla”. ¿Cómo
hace para evadir la confrontación de su realidad? Acude a recursos idiomáticos
polivalentes para liberarse de su angustia. Usa el “tú” asexuado, impersonal,
ambiguo, que puede ser un “tú” reflexivo o igual un “tú” de segunda persona: “tú que cantas todas mis muertes /
tú que cantas lo que no confías”. “Tú hiciste de mi vida un cuento para
niños /
en donde naufragios y muertes / son pretextos de ceremonias adorables.”
Alejandra
va dejando en sus poemas una estela de dedicatorias a sus amigas: a Olga
Orozco, a Ana Becciú, a Elizabeth Azcona, a Josefina Gómez Errázuriz, a
Diana... a Jean... a H. M.... con
las que quiere compartir su frustración de no poder exteriorizar “la agonía /
de las visionarias / de otoño”. Ella reconoce lo que intuía: “háme sobrevenido lo que más temía / no
estoy en dificultad. / Estoy en no poder dar más. No abandoné el vacío y el
desierto / Tu canto es todo para mí”. Pero calla y busca el silencio. Es el
aislamiento el que habla: “Tú haces el silencio de las lilas que aletean/
en mi
tragedia del viento en el corazón.
”
y en otra parte decide “callar hasta que el silencio, por sí solo deje
de manar”.
Ella
conoce “la gama de los miedos y ese comenzar a cantar despacito en el
desfiladero que reconduce hacia mi desconocida que soy, mi emigrante de sí.
Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi
respiración”. El miedo es ella misma: “En el eco de mis muertes /
aún hay miedo / ¿sabes tú del miedo? / Sé del miedo
cuando digo mi nombre”. El único refugio el miedo es el silencio de la soledad:
“deseaba el silencio perfecto
/ por eso hablo”.
La
desolación de Alejandra termina fundiendose, inevitable, inexorablemente en la
simbiosis de la noche: “Palabra por palabra, yo escribo la noche” . El sol,
símbolo de vida y fertilidad en todas las culturas, se convierte en su poesía
en un signo opuesto a la fertilidad: “la luz solo existe en la nostalgia de la
noche... se cerró el sol, se cerró el sentido del sol, se iluminó el sentido de
cerrarse”. El sol es ausencia de noche. La noche es ausencia del sol. El sol es
para los otros y
Aquí
se traspone el eje vida-muerte en la oposición sol-noche. Es el aislamiento el
que le abre el camino a la inspiración que busca bajo “el negro sol del
silencio... toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo para buscar a
quien me busca.
”
La
muerte tan ansiada la invoca, la llama: “Llévame / llévame entre
las dulces sustancias / que merecen cada día en tu memoria”.
Alejandra se proyecta más allá de su muerte y mira su vida retrospectivamente
para identificarse con la infortunada Janis Joplin, a quien dedica un poema para decir “gritar tanto para cubrir
los agujeros de la ausencia. / eso hiciste vos, eso” “hiciste bien en
morir. / por eso te hablo, / por eso me confío a una niña monstruo”.
“Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me
aguardó / pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma.” “Tú
que cantas todas mis muertes
/ tú que cantas lo que no
confías”.
Sintetizar el significado de la obra de Pizarnik no es
fácil. Además, no es necesario. Basta abrir en cualquier página uno de sus libros para ver vertido, en el
minimalismo de un dístico o de un terceto, toda su poesía: “Cuando la noche sea
mi memoria /
mi memoria será la noche” o si no: “Esta lúgubre manera de vivir / esta recóndita humorada de vivir / Te arrrastra Alejandra no lo niegues”.
O
quizás uno de los mas totalizantes:
“alejandra,
alejandra
debajo estoy yo
alejandra”
Recogiendo
el punto de vista de Octavio Paz la actividad poética tiene por objeto las
palabras mismas, el lenguaje y no
su significado. La experiencia del poeta es la tonalidad verbal. No hay que
buscar el sentido fuera del poema pues está ahí mismo, no en lo que dicen las
palabras sino en la relación entre ellas mismas. He allí quizás el gran logro
de Alejandra, pues el ritmo, la musicalidad (grave y en tono menor) de sus poemas justifican todo su
peregrinaje y la conservan entre las mejores voces de nuestra época.
Sin
embargo a los veinte años de su muerte es poco leída. Sus obras no se consiguen
y circulan sólo algunas antologías en
cuadernillos que no logran hacerle todo el honor que merece. Existe solamente un inventario, mal
contado aquí y allá de fans (que
algunos acusan a la vez de cortazarianos)
que a hurtadillas, después de apagar las últimas luces de la casa y con
la luz tenue de una bujía sobre la mesa de noche, léen con nostalgia a Alejandra. Alejandra, Alejandra, te queremos tanto
Alejandra.
Cartagena, 27 de abril de 1992
Este artículo escrito hace 21 años, mantiene su vigencia, salvo el hecho que hoy dia la Pizarnik es mucho más leída que entonces y que su obra está disponible en múltiples portales de Internet.
Comentarios
Publicar un comentario