Intermedio, acaba de reeditar en Colombia, la novela que hace casi cuatro años publicó en España la editorial Periférica. Esta última ya había reeditado a su vez, en el continente europeo, una pequeña joya de este escritor de la novela negra, la temprana (1991) Saide (traducida ya al alemán y al italiano).
Después de la muy buena acogida que el público colombiano ha dado a la última novela de Escobar Giraldfo, Cielo parcialmente nublado (2013) Intermedio continúa apostando al riesgoso negocio de publicar narrativa en el país. Es la tercera novela de Escobar con Intermedio y la sexta en su portafolio de novelas publicadas.
No deja de ser significativo que se haya tardado todo este tiempo para que esta obra llegue a Colombia, habiendo sido tan bien acogida al otro lado del Atlántico como consta en los comentarios de diversos medios españoles que aparecen en la contracarátula de esta edición.
La temática de la novela, los años del imperio del narcotráfico en Colombia, es una que se deja leer hoy con la suficiente distancia y perspectiva y a la vez, con una aterradora actualidad. Se trata de una sociedad atrasada, pobre y ávida de movilidad social que se pliega, entre indefensa e hipnotizada, al poder avasallador y alucinante del dinero fácil. En esta colectividad nadie está a salvo: los primeros que caen bajo las redes del imperio narcotraficante son los políticos. Con igual facilidad sucumben las autoridades judiciales, militares y policiales. También se dejan contaminar por el absceso social los personajes de la farándula que gravitan como satélites en torno a las luminarias que controlan el negocio, también los periodistas y curiosamente hasta los humoristas, aquellos encargados de retratar a la sociedad en su crudeza absurda e histriónica, no logran evadir la intrincada red. La mancha inunda cada rincón de la sociedad que un día despierta y constata que está infectada desde sus entrañas y que ninguno de sus órganos está a salvo.
Destinos intermedios es el retrato brutal de una sociedad descompuesta por el narcotráfico. Escobar Giraldo, con esta novela, se erige en el mejor exponente de la novela negra colombiana. Esta obra, vertiginosa y desoladora, se convierte en la referencia obligada, junto a la reputada Rosario Tijeras de Jorge Franco, de la literatura que retrata a una Colombia azotada por el llamado flagelo del narcotráfico. Lo que hoy día vive de alguna manera México, las oleadas de secuestros, las vendettas entre bandas que luchan por el control del negocio ilícito, y la devaluación absoluta de la vida humana, Colombia lo vivió hace veinte años cuando era uno el principal abastecedor de cocaína de Norteamérica y Europa.
Dos mujeres dominan la escena de la novela. Jimena Sombras, una caduca cantante de música popular, amante y cómplice de uno de los grandes jefes mafiosos y Paula Cristina, una joven virginal, ajena a la vorágine que vive el país que se ve inmersa, de la noche a la mañana, en la más espantosa pesadilla imaginable. Jimena representa a la nueva sociedad, aquella en la que todo vale, donde el fin legitima los medios, aquella que ha perdido todo juicio moral por una actividad que la corroe hasta los tuétanos. Paula Cristina, es la otra sociedad, aquella que se niega a aceptar que el país se jodió, que prefiere vivir en la ensoñación de una sociedad idílica. De manera paradójica, ambas se necesitan, las dos terminan conviviendo el drama que cada una tiene que vivir, la primera víctima de la propia violencia que ella encarna, y la segunda, perdiendo a su mejor amiga, Erica, en el episodio absurdo que es el eje de la narración.
Es posible que Destinos Intermedios cierre un período de la literatura de su país. Ya no es necesario esperar más obras sobre la infausta época vivida en las dos últimas décadas del siglo pasado. Aquí está, en esas apretadas páginas de diálogos en stacatto, de escenas que se suceden atropelladas unas tras, de personajes que maten y mueren impávidamente, la impudicia de una sociedad cuyo único valor es el no-valor, todo un país. Es curioso que el país se haya quedado sin la gran novela de la llamada época de la violencia en Colombia, aquella comprendida entre 1948, con la muerte del caudillo liberal Gaitán, y el comienzo de la dictadura de Rojas Pinilla en el 53. La novela corta Cóndores no entierran todos los días, de Álvarez Gardeazábal, sigue siendo la mejor representación de ese período, y aún así se queda corta para retratar una época descarnada y desquiciada.
Escobar Giraldo, se confirma día tras día, en el secreto mejor guardado de la literatura colombiana. Este escritor, que de su profesión original de médico no queda sino un gusto peculiar por narrar con precisión lo concerniente a la medicina, tiene la virtud del gran narrador: retratar, con un lente objetivo la sociedad que lo circunda.
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