Habrá que reconocer
que está aquí, gozando de muy buena salud, la novela de la sociedad que el
filósofo coreano que produce su pensamiento desde la academia germánica,
Byung-Chul Han —una especie de Foucault del siglo XXI, que enseña Filosofía y
Estudios Culturales en la Universidad de las Artes en Berlín, un Foucault,
digo, en el sentido de ser capaz de retratar con pasmosa precisión la sociedad
en que vivimos—, ha designado simplemente como la «sociedad de la trasparencia».
Una que sucede a la del siglo veinte, la
de vigilancia y control, y que los mismos Foucault y Deleuze vaticinaron el
advenimiento desde antes de la caída del Muro y que se caracteriza por el fin
de la intimidad, por la puesta en escena de todo lo que el ser humano antes se
preciaba de guardar en secreto o al menos lejos de miradas escrutadoras de
extraños. Antes, no hace tanto, quizás no más de diez o quince años, así suene
a romántica añoranza, había un casi siempre claro lindero entre lo público y lo
privado, entre lo erótico y lo obsceno, lo sagrado y lo profano, lo íntimo y lo
grotesco. Hoy todo se disuelve en la igualdad, en lo mismo, en la falta de
diferenciación. Vivimos el infierno de lo uniforme, el mundo de todos lo mismo.
La sociedad de la trasparencia
es la vida tornada en vitrina donde no hay lugar a cortinas ni velos, ni posibilidad
de apagar la luz y decir buenas noches; estamos expuestos, siempre al aire,
desnudos ante el endiablado andamiaje de las redes sociales, de las aplicaciones
de los smart phones que registran nuestros
desplazamientos, que acceden a la lista de contactos, a nuestras fotos (¡au revoir intimidad!); a los motores de
búsqueda de la Internet que guardan y almacenan, paso a paso, cada palabra
buscada, cada sitio visitado; una sociedad en la que hemos caído enmarañados sin
la menor posibilidad de liberarnos de sus viscosos hilos que cada vez nos sujetan
más, víctimas del veneno inmovilizador de las nuevas tecnologías. Hoy todo es trasparente:
la fachada de los edificios, de los gimnasios y de las modernas casas
minimalistas, pero más importante, —y aterrador— la vida de todos se ha vuelto
trasparente. Y para más señas y más desasosiego, en la sociedad de la trasparencia
Eros cede ante lo obsceno, ante lo explícito; la pornografía triunfa al
degollar a Eros. Lo porno es trasparente; mientras que Eros era lo velado, lo
apenas intuido.
¿Y esto, qué tiene que
ver con la literatura actual? No poco. El hecho de que aparezcan autores como
el noruego Karl Ove Knausgaard, que escribe sin que se le despeine un pelo de
su abundantísima cabellera y barba, antes de llegar a los cuarenta años, una
novela autobiográfica de tres mil páginas, en seis tomos —y además que su obra
se convierta en succès de scandal, no
solo en su país de origen sino en media Europa, sin excluir el mundo anglosajón—
es ya prueba incontestable de que la narrativa de la sociedad de la trasparencia
se ha aposentado, gran ave posthistórica, para empollar sus huevos trasparentes
en el inmenso nido de las letras.
También esto pasará de la escritora
catalana que escribe en español, Milena Busquets Tusquets —pero quien firma solo
con su primer apellido, quizá para soslayar no solo la cacofonía sino también el
linaje con el mundo editorial— es un ejemplo menos desmesurado que el del
noruego, pero no menos representativo de la sociedad descrita por Han.
¿Y qué le vamos a
hacer, —podríamos argüir— si este es el mundo que nos correspondió vivir; no
menos sustraernos de él, ni ignorarlo ni mucho menos tratar de derruirlo —así
subsistan, miles o millones que aún resistamos a plegarnos—?. ¿Acaso la
literatura no es reflejo y espejo de su época? ¿Qué otra literatura puede
germinar, y ser exitosa, en estos tiempos de trasparencia? Pues mucha, por
supuesto; por fortuna, y ejemplos sobran. Pero los comentarios, glorificados
por la casa editorial, son avasalladores, como lo obliga esta sociedad de alto
rendimiento: «la novela que arrasó en la Feria de Frankfurt»; «33 editoriales
en el mundo planean la publicación»; «lectores incondicionales y reseñas
entusiastas tras la edición en Francia: (40,000 ejemplares) y las sucesivas
ediciones en Argentina»; además de los artificiosos clichés de la prensa («Uno
de los libros más elegantes que podrá leer» (L’Express); «Conmovedora, equilibrista
de los sentimientos. Milena Busquets traza entre líneas el retrato de una generación»
(Le Monde). Y, qué ironía, quizás esto último sea lo más cierto que se pueda
decir de la novela. La autora pertenece a esta generación que nace y florece en
la trasparencia, en la sociedad en donde todo se vuelve abierto, positivo,
público, ostensible y visible.
La novela se ocupa de
las vivencias de la narradora, que aquí se llama Blanca, Blanquita, —inútil y
superfluo, casi risible intento de camuflar a Milena, y quien acaba de perder la
madre, la célebre editora Esther Tusquets («la enfermedad, que la expulsó
salvajemente de su trono y destrozó sin piedad su reino») y que al parecer
ejerció una influencia (¿o sombra?) sobre la joven autora que a veces raya en la
veneración pero también en el grito sofocado por liberarse de “su reino”. La solución
que encuentra Blanca/Milena para superar el duelo no es otra que —ante la
ausencia de tristeza, solo impera la necesidad de que también esto pase, la sociedad de la acelerada trasparencia impone voltear
la página rápido, no hay tiempo para balances, reminiscencias ni
remordimientos; ¡lo más notable del funeral es la presencia de un extraño a
quien a primera vista desea seducir!— escaparse por unos días con varias
amigas, su par de hijos y dos exmaridos al apartamento que ha dejado la madre
en la ciudad balneario de Cadaqués en la Costa Brava, a unas cuantas horas de
Barcelona. Allá llegarán todos, incluso Santi, uno de sus amantes, hombre
casado; también aparecerá, por supuesto, el enigmático pero predecible personaje
que emergerá en repetidas ocasiones.
A Milena Busquets hay
que reconocerle dos virtudes, al menos: una, ser dueña de una fácil y vertiginosa
prosa, algo siempre a ponderar. Tiene alma de escritora. Escribe, al parecer,
sin dificultad, sin enredarse en el juego de palabras, en la figura literaria, en
los artificios del lenguaje. Ella llama al pan pan y al vino vino, como ordena
la sociedad de la trasparencia; por otra parte, tiene la capacidad de hacer una
historia, en este caso, una novela, de su vida, o al menos de un episodio de su
vida como lo hacen los mejores escritores. Entonces, ante esas virtudes, ¿qué hace
que la novela fracase?
La autora da la clave
en una entrevista a un diario gallego en marzo del 2015. Al referirse a También esto pasará: «Aquí me he dejado
el alma. Todo es auténtico. Hay cosas, algunas tontas y otras más graves, que
son inventadas, pero en la novela están mi vida, mi madre, sus perros, mis
exmaridos...». Por lo tanto no hay ficción, mucho menos esfuerzo de creación,
casi nada de imaginación, ni elaboración de mundos, ni utopías. Todo es reality, trasparencia absoluta; la
novela no es más que una selfie. No
es casualidad que hoy los móviles se valoren más por su c ámara frontal que posterior; lo que importa es una
excelente resolución para los selfies.
El selfie es la máxima expresión del
narcisismo que impera en la sociedad donde Eros agoniza; la alteridad no
importa, el otro cede y deja su lugar en la relación afectiva frente al sí
mismo. En la sociedad de la trasparencia, dice Han, no hay lugar para Eros pues
este siempre necesita la alteridad para realizarse. Y lo reafirma la misma
Busquets en la entrevista citada: «Yo no quiero que me quieran mucho. Yo quiero
que me quieran»; querer al otro es menos importante que sentir que todos nos
quieren. Eros sucumbre ante Narciso.
Milena Busquets, al fondo su madre, Esther Tusquets (El País) |
He allí la sociedad de
la trasparencia en su expresión literaria. Aquí no hay esfuerzo por caracterizar
personajes, son calcados de la vida real; al igual que en esta sociedad, no hay
trama ni argumento, no hay conflicto ni oposiciones —recordemos que esta
sociedad, neoliberal por más señas, reivindica el fin de la historia—, no hay
trasformación, ni miedos ni angustias, todo se presenta y negocia al valor
nominal —face value, dicen los
anglosajones—; ni siquiera hay tristeza ni congoja ante la muerte de la madre;
todo es encadenamiento de instantes, de atisbos a personajes que perduran apenas
más que el destello de una luciérnaga. Hay una ausencia de negatividad —diría
Han— en la novela; en la sociedad de la trasparencia todo es positivo, aquí se
busca, se persigue y se premia el «alto rendimiento», hay culto al éxito; no
hay lugar a lo normal, ni a lo mediocre, a las medias tintas, mucho menos al
fracaso, por eso las cuatro grandes enfermedades de la sociedad de la trasparencia,
también llamada por Han la «sociedad del cansancio» son el síndrome del
ejecutivo agotado (burnout), la
depresión, el trastorno por déficit de atención y el trastorno limite de
personalidad (borderline). Todo lo
que no caiga bajo la sombrilla del éxito amenaza ruina bajo la forma de una de
estas enfermedades.
Paradoja, más aparente
que real: esta novela “exitosa”, “que arrasa”, se lee en dos, máximo tres
horas. Es fruto de la sociedad de la aceleración. Por lo mismo, no deja al lector
mucho más de lo que deja al usuario de redes sociales el fisgonear, por unos
instantes, el perfil de un conocido en Facebook o en cualquier otra red social.
¡Todo es tan vulgarmente cotidiano! En la novela nos enteramos que para Blanca o
Milena quizás lo más importante es follar («Alguna noche podríamos venir aquí a
follar. ¿No crees?»), fumarse un porro, besarse en la boca con los novios de
sus amigas, nada de lo cual ya escandaliza a nadie —pero también dedicar tiempo
a sus amigas, y a sus dos hijos, cargarse a sus dos exmaridos de vacaciones—,
todo hoy muy normal, nada extraordinario, demasiado trasparente para llegar a
ser literatura que lleve a un mínimo umbral de reflexión, ni a meditar o detenerse
más de un minuto sobre lo leído. ¿Que es divertida? Es posible, pero para
diversiones hay otras formas de pasar dos o tres horas.
Así, También esto pasará tiene la misma verosimilitud
que la más reciente publicación (post)
de un perfil de una red social, es decir toda, por ejemplo: «en ese momento
celebro con mis amigas en el apartamento de mi madre», con foto incluida de las
amigas, botellas por el suelo y el humo de la hierba nublando todo menos las
carcajadas. Lo gráfico mata la imaginación. De igual modo, tiene la misma
permanencia en el recuerdo del lector: quizás no más que fracciones de segundo.
La culpa no es de Busquets, hay que ser ecuánime, si de buscar culpables se
trata, pero no es el caso; el responsable es la sociedad de la aceleración,
aquella donde lo efímero es rey, donde lo instantáneo es lo que tiene valor, así
su vida media no sea mayor que la de un isótopo radioactivo, por ejemplo la del
helio-5, aproximadamente igual a una cienmillonésima
parte de una billonésima de segundo. Y lo cierto es que esta sociedad necesita
sus autores; al igual, por ejemplo, que el régimen soviético necesitó de novelistas
que representaran fielmente los principios de su ideología. ¿Hoy quién los
recuerda?
Byung-Chul Han, dice: «la coacción de
la trasparencia destruye el aroma de las cosas, el aroma del tiempo. La trasparencia
no desprende aroma. La comunicación trasparente, que ya no admite nada no
definido, es obscena» (Han, La sociedad
de la trasparencia, Herder, p. 64). Quizás sea imposible encontrar mejor
forma de abreviar el efecto que deja el terminar de leer, literalmente de una
sentada, esta narración. La novela tan elogiosamente recibida, al parecer, por
la crítica —¿cuál crítica?— europea es una novela sin aroma, como un vino que
carece de buqué. ¿Quién desea un vino sin buqu é?
También esta novela pasará, afortunadamente. Hasta el mismo título hace una
mueca burlona, profética de lo que será al poco tiempo; y llegarán otras, igual
de efímeras, igual de aceleradas, trasparentes, positivas, de «alto
rendimiento» (esto quiere decir, en el mercado literario, de ventas de cientos
de miles de ejemplares), e insulsas, “faltas de aroma”, pero igual, exitosas,
que “arrasarán” las ferias de libro, en Madrid, Fráncfort, Guadalajara, Buenos
Aires o Bogotá. Estaremos en guardia.
Busquets, Milena, También esto pasará, Anagrama, 2015
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