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Martha Cecilia Cedeño |
Hay un pasaje, en la memorable novela de Ricardo Piglia, Respiración artificial, en la que Emilio
Renzi, el narrador y protagonista, cita a Tardewski, un polaco devenido
argentino—sombra de Witold Gombrowicz—
que sostiene que en alguna época le interesó la gente que mira en
exceso, aquellas personas que tienen un modo particular de ver, y para ello
trae a colación un término en ruso que es ostranenie,
(остранение) que significa
extrañamiento, y del cual Brecht tomó el concepto de distanciamiento. Luego Piglia,
en una entrevista y en otros lugares ratifica la idea del extrañamiento, esa
forma de ver la vida con distancia y alejamiento, para concluir: «el arte es
extrañamiento». Recordemos también que
en derecho el extrañamiento es una pena consistente en la expulsión del
condenado de un territorio nacional por el tiempo de la condena, pero de igual
modo es una sensación, como la que tiene la madre después del parto y que solo
logra recomponer el equilibrio perdido a través del acto de amamantamiento. Los
formalistas rusos de inicios del siglo pasado teorizaron bastante sobre el extrañamiento,
al decir que al observar las formas separadas de su contexto natural se llegaba
a un sentimiento de alienación o a una percepción,
lúcida, de estar alienados.
Podemos afirmar
que en cada forma del arte existe esa sensación de extrañamiento. Si se toma la
música, por lo menos en lo que a mi concierne, el solo escuchar ciertas obras para
piano, digamos Las canciones sin palabras,
de Mendelssohn o varias piezas de Janacek, como En el sendero cubierto y En
la niebla o de Sibelius, Cinco piezas
para piano del opus 73 o la misma sonata en Si bemol D. 960 de Schubert o
muchos de los cuartetos de Haydn, me embriaga esa sensación de ostraniene.
Y si pensamos en
la literatura, ¿quién más que Onetti
para arrojarnos al vacío profundo del ostranenie con sus novelas El
astillero, Juntacadáveres y La vida breve? Pues bien, si se trata de
hablar del extrañamiento en la poesía, no puedo pensar en nadie distinto a la
poeta colombo-catalana Martha Cecilia Cedeño. Onetti es a la novela lo que
Cedeño es a la poesía, podría aventurar, sin arriesgar demasiado. Tengo esa
certeza.
El recorrido de la
poesía de Cedeño se puede trazar en tres de sus libros: Amores Urbanos (2010), Versos
en claroscuro (2012) y Palabras en
soslayo (2015). Es en este último donde la Cedeño logra las más altas
cumbres de una penetrante poesía del
extrañamiento, una poesía que por supuesto no se puede deslindar del todo de la
iluminadora sombra de la Pizarnik sin caer en la umbría de la íntima contumacia
con la muerte de la argentina, sino por el contrario, quedándose en el lindero,
mejor decir en el umbral, entre la precariedad de la vida y la ponzoña de la no-vida.
Es más, la palabra muerte aparece muy pocas veces en los versos de Cedeño; en
su lugar, estos están poblados de
naufragios, de desgarramientos, de discontinuidades, de impotencias vitales.
Hay un tránsito,
una travesía que Cedeño realiza en su camino hacia la perfección, que
parte, por supuesto, —¿de dónde más?—de
unos amores urbanos que no son má s que encuentros, unos apasionados y otros desolados, con
los parias de la vida, con los extraños que se aposentan silenciosamente a su
lado, en una banca del parque o en el tibio lecho de una fría noche de
invierno. Pero más allá de lo anterior se da cita con la agonía de los
vencidos, en la derrota de los huérfanos en quienes es imposible purificar y
liberar el gusto de sus besos y abrazos de la herrumbre, del orín, del óxido y el
serrín. En Versos en claroscuro se rompe
la magia, la ilusión y se abre la puerta para que se asome el extrañamiento,
bienvenido sea, a través del desencanto de esos amores urbanos que no
cumplieron lo que nunca prometieron; en ellos todo fue pasión de juegos efímeros
promovidos por los cabareteros de la noche; ahora, al despertar, la resaca del
amor es demasiado cruel: es una espada que cae en el costado, que hace
languidecer sin fin al presenciar una herida abierta en canal donde reposa,
apesadumbrada, una flor marchita. La soledad se entroniza para hacer un
homenaje al vacío, un vacío que se llena de mar, de mar por todas partes, sin
límites y sin horizontes. El sol no brilla en ningún verso, es un elemento
desconocido; en su lugar, domina con agobiante presencia onettiana, los cielos
encapotados. Todo el año parece diciembre y diciembre no es un mes para hacer
versos, se atestigua, en cierto momento.
Por lo tanto, del fondo de los Versos en claroscuro, comienza a ascender, desde la profundidad del sinsentido, la diáfana trasparencia de las Palabras de soslayo. Aquí ya no hay necesidad de retóricas, de imágenes impuestas o consuetudinarias, de intelectualismos estériles: emerge, como una mariposa de su crisálida, el esplendor de la poesía: limpia, desnuda, traslúcida, sin artificios ni imposturas. La voz de la poeta ha encontrado en el suicidio del tiempo, en la ausencia de las lágrimas y las penas, el reconfortante abrigo del exilio llamado desolación. La lluvia es el telón de fondo del amor moribundo que ya no importa si fue o si nunca existió, las historias fallidas, las que pudieron ser y no fueron pierden cualquier relevancia para dar paso al presagio de la desfamiliarización, es decir, la bienvenida a un oportuno asentamiento en la vigilia perpetua del insomnio, a la espera, sin afanes pero también sin esperanzas de una muerte suspendida de un hilo demasiado grueso que parece nunca se romperá, a no ser que la espada del alba, con su filosa hoja logre restablecer la nostalgia de la primavera.
Hay un brillo incandescente en cada verso, en cada palabra de Palabras de soslayo que dejan sin aliento al lector, verso a verso, poema tras poema. Allí yace, sangrante, viva, la poesía como debe ser cuando se han superado las pretensiones de lo artificioso, cuando se ha conquistado la agudeza de la razón sepultada. Aquí no hay necesidad de silogismos ni de artefactos lingüísticos: solo hay lugar a la visión profunda que tienen los párpados —ojo, son los párpados y no los ojos, los que ven con hondura— en la noche sin fin, laberinto oscuro del ánima descompuesta, monstruo dormido que ha pasado de extraño a amante sin que nadie lo haya notado, ni siquiera la misma poeta. La huida ha perdido todo sentido, los vencidos ya no lloran su derrota pues reconocen que su lujuria está en el veneno mutado en ambrosía. Ya no importa si hubo noches ardientes en abril, lo que persiste es la ebriedad del desencanto, la miseria de la propia historia, la mudez, la ausencia de deseo, y sobre todo la discontinuidad, la fragmentación de la palabra soslayada en su filo más agudo; aquella que corta sin sangrar, que taja sin dolor, que cercena el corazón y lo separa del espíritu y que nos deja, abiertos como una granada, escindidos de nuestra propia realidad.
Por lo tanto, del fondo de los Versos en claroscuro, comienza a ascender, desde la profundidad del sinsentido, la diáfana trasparencia de las Palabras de soslayo. Aquí ya no hay necesidad de retóricas, de imágenes impuestas o consuetudinarias, de intelectualismos estériles: emerge, como una mariposa de su crisálida, el esplendor de la poesía: limpia, desnuda, traslúcida, sin artificios ni imposturas. La voz de la poeta ha encontrado en el suicidio del tiempo, en la ausencia de las lágrimas y las penas, el reconfortante abrigo del exilio llamado desolación. La lluvia es el telón de fondo del amor moribundo que ya no importa si fue o si nunca existió, las historias fallidas, las que pudieron ser y no fueron pierden cualquier relevancia para dar paso al presagio de la desfamiliarización, es decir, la bienvenida a un oportuno asentamiento en la vigilia perpetua del insomnio, a la espera, sin afanes pero también sin esperanzas de una muerte suspendida de un hilo demasiado grueso que parece nunca se romperá, a no ser que la espada del alba, con su filosa hoja logre restablecer la nostalgia de la primavera.
Hay un brillo incandescente en cada verso, en cada palabra de Palabras de soslayo que dejan sin aliento al lector, verso a verso, poema tras poema. Allí yace, sangrante, viva, la poesía como debe ser cuando se han superado las pretensiones de lo artificioso, cuando se ha conquistado la agudeza de la razón sepultada. Aquí no hay necesidad de silogismos ni de artefactos lingüísticos: solo hay lugar a la visión profunda que tienen los párpados —ojo, son los párpados y no los ojos, los que ven con hondura— en la noche sin fin, laberinto oscuro del ánima descompuesta, monstruo dormido que ha pasado de extraño a amante sin que nadie lo haya notado, ni siquiera la misma poeta. La huida ha perdido todo sentido, los vencidos ya no lloran su derrota pues reconocen que su lujuria está en el veneno mutado en ambrosía. Ya no importa si hubo noches ardientes en abril, lo que persiste es la ebriedad del desencanto, la miseria de la propia historia, la mudez, la ausencia de deseo, y sobre todo la discontinuidad, la fragmentación de la palabra soslayada en su filo más agudo; aquella que corta sin sangrar, que taja sin dolor, que cercena el corazón y lo separa del espíritu y que nos deja, abiertos como una granada, escindidos de nuestra propia realidad.
Es solo de esa
manera, cuando se ha logrado el distanciamiento necesario, el extrañamiento de
haberse ido a otra tierra para cumplir
la condena de vivir fragmentariamente, es que se alcanza a percibir la tenue
luz de la esperanza, aquella que Ernst Bloch nos revela en El principio esperanza, ese mundo utópico, y a la vez posible de
una vida iluminada de anhelos que se cristalizan con el simple deleite de escuchar
un fado o un bandoneón, una voz que deletrea un tango y nos recuerda que el ser
humano posee esa única capacidad, en todo el universo, de sentirse único por saberse
alienado, extrañado de su propio mundo. Así es la poesía de Martha Cecilia
Cedeño, una poesía que mira demasiado, que tiene una forma particular de ver la
vida y por ello logra las cumbres de la palabra hecha arte. El arte es
extrañamiento.
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Óscar Casavalle, Madera y piel |
De su poemario Palabras de soslayo:
Ceguera
Diciembre no es un
mes
Para versos.
La lluvia ciega
la memoria
y las ganas de creer.
Un eclipse de
cuchillos
Desaparece la
palabra.
Ínsula
Una temporada en
el deseo
Es aprisionar las
horas
En la ínsula
marchita
De la espera
Y perfilar un mundo
paralelo
En el que dibujas
tu rostro de domingo
Con la camisa
nueva
Y la precariedad
cotidiana colgada
De tu hombro.
![]() |
Libuse Ladianská, sin título |
Declive
El tiempo es una
espada
Perversa
Anclada en los ojos
Maldita constancia
De primavera en
declive.
Mi deseo abierto
en canal
Es una flor
marchita.
Ocultamientos
La soledad es una
mancha sonora
En los atardeceres
deslumbrantes
De otoño.
Sombría deambulo
por el mundo
Para ocultarme en
un sótano lejos
De la vista.
Anhelo la calma de
un río
Abandonado
Mientras remuerdo
el misterio
De los días.
![]() |
Óscaer Casavalle, La pensadora |
Presagio
Vivo un tiempo de
andamios rotos
—teclados oscuros
en el paso
de las horas—.
El cuerpo se
fragmenta
Impotente
En las
herrumbrosas noches
Al filo del
insomnio.
En este tiempo de
agujas
Y gritos metálicos
Presagio tu voz
Tus manos
Tu sexo rotundo.
Contemplación
Te confinas en una
espiral
De negaciones
Para encerrar el
mundo
En el puño de tu
mano.
Gimes sin que
nadie adivine
La anchura de tu
pena
Mientras ves
pasar,
Junto a tu puerta,
El cadáver triste
de los días.
Vicio
Quiero fraguar un corazón
Con el silencio y
languidez
De la luna encantada
Y las promesas de
añejos
Retornos;
Con el veneno de
un amor
Oscuro,
Ponzoña destilada
por ángeles
perversos.
Inercias
Es media noche en el pan
Sin deseo
Costra de mis
nítidos desvelos.
Media noche en el
cuerpo plagado
De orfandades
En este espacio
sin dientes,
Sin formas
Sin mañanas.
Tiempo carcomido
por la inercia
Cotidiana
En que mueren
impunes
Los segundos.
![]() |
Mara Light, sin título |
Ebriedad
Las risas y los
guiños exiliados
La inocencia
desterrada
Y la nobleza
líquida
En las manos.
¡Qué ardientes
eran las noches de abril!
Las visiones en
agonía
Bajo un cielo púrpura
y oro
Y una melodía para
calmar los
ímpetus
y la impotencia
plena.
¡Apurábamos la
ebria primavera
del tiempo!
Derrota
No me sigas hombre
Del espejo,
Figura vencida en el filo
De los días.
Tus manos de guerras
Y heridas
No hablan de conciertos
Ni de cigarras en el árbol
Del camino.
Coge tu espada
Y mira hacia los bosques
Allí el alba te espera.
POETA, TUS VERSOS SON ELOCUENTES Y SINCEROS, FELICIDADES...
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