Leí hace un par de meses una excelente
novela del argentino Martín Kohan. El título no es, a primera vista para
agarrar el libro y meterse de lleno en él pero desde la primera frase se
resuelve cualquier aprehensión. No es un tratado de moral, Ciencias Morales es
el antiguo nombre de un tradicional Colegio de Buenos Aires donde se ha educado
con firmeza y rigor a lo más selecto de las juventudes argentinas. En alguna
época se llamó Colegio de Ciencias Morales, pero para el tiempo narrado de la
novela se denomina Colegio Nacional. Fundado por el héroe patrio Bartolomé
Mitre, la historia del colegio se entremezcla con la misma historia de la
nación. Los grandes líderes argentinos tuvieron que ver con el colegio, bien
por haber estudiado allí o por haber sido rechazados al intentar ingresar como
en el caso de Domingo Faustino Sarmiento o por haberlo cerrado, por
considerarlo contrario a sus intereses, como lo hizo el tirano Juan Manuel de
Rosas.
El tiempo de la novela es el de
la guerra de las Malvinas pero el narrador omite, con ingeniosa habilidad, toda
mención al conflicto. Sólo hay referencias indirectas a la conmoción que sucede
fuera de Colegio: las manifestaciones de apoyo a la guerra organizadas por los
militares a sólo un par de calles de la salida principal, la partida del
hermano de la protagonista al teatro de los acontecimientos, el nerviosismo de
la gente.
La novela transcurre casi toda
en el interior del colegio, y se centra de manera exclusiva en el personaje
principal, María Teresa, la preceptora de disciplina del décimo grupo del
tercer año de secundaria., quien acaba de entrar a laborar al colegio y cuenta
apenas con veinte años. Su juventud no es obstáculo para ejercer su trabajo con
el mayor celo. Al inspeccionar la formación de sus estudiantes antes de entrar
a clase, increpa a uno de ellos:
“—¿Esta cansado Capelán?
—No, señorita preceptora.
—¿Le pesa el brazo, Capelán?
—No, señorita preceptora.
—¿Tal vez prefiera salir de
las formación, Capelán, y tomarse un descanso en el despacho del señor
Prefecto?
—No, señorita preceptora.
—Entonces tome distancia como
se debe.
—Sí, señorita preceptora.”
El colegio ha evolucionado y
ahora es mixto, lo cual ha generado un proceso de ajuste para darle cabida a
las niñas que entran a estudiar a una institución predominantemente masculina.
La novela tiene grandes
méritos y aquí resalto los principales. Tanto en lo formal como en lo relatado,
que es ingenioso y a la vez absurdo, el autor logra una excelente obra.
El primer punto para destacar
es el presente continuo en que se narra la historia. ”Maria Teresa deja la
puerta y vuelve al agujero negro del sanitario”… “Marté levanta la mano, pide la palabra. La
profesora Perotti se la concede.”… “Ahora el alumno termina de orinar, y María
Teresa termina con él.”
El efecto que genera este modo
es el vértigo. Para el lector es casi imposible parar, pues todo parece ocurrir
delante de sus ojos de manera simultánea al proceso mismo de lectura. Lo que
podría ser una debilidad técnica, al tratar de sostener ese ritmo durante doscientas
veinte páginas, se convierte en la principal virtud de la narración. La otra bondad
formal es la capacidad del autor de narrar
el detalle, la minucia, la insignificancia del gesto, el vericueto del
pensamiento, la antesala a la intención del movimiento. Todo esto podría ser
muy aburrido y sin embargo no lo es.
¿Cómo lo logra Kohan? La
respuesta está en alcanzar un perfecto equilibro entre la técnica y el
contenido de la historia. Este último mediante un argumento sencillo y genial,
como lo es la literatura en su máxima expresión. María Teresa desarrolla la
costumbre de encerrarse en un cubículo del baño de varones a la espera de pillar
a cualquier alumno que entre a los baños a fumar, para así delatarlo frente a su
jefe, el señor Biasutto. Para ella es muy importante alcanzar el reconocimiento
del jefe de preceptores. Así, cada vez pasa mayor tiempo agazapada, en un
cubículo que carece de inodoro a diferencia de los de damas, en aquellos sólo
existe un agujero en la mitad del piso. María Teresa permanece allí, al acecho
del momento en que pueda salir y sorprender al alumno que viole el régimen
disciplinario del colegio, sin importar que ella misma esté trasgrediendo, no
sólo el reglamento sino los más elementales principios de cualquier institución
o sociedad.
La novela en ningún momento
decae; el narrador no afloja al lector a quien lo tiene agarrado por las
solapas página tras página. Ahí el mérito de una novela que transcurre dentro
del colegio, con prácticamente un solo personaje y con una escena tras otra de
la protagonista encerrada en el retrete. En manos de otro narrador no tan
experimentado, la novela fracasaría estrepitosamente. Sin embargo, Kohan la conduce
de manera admirable. El absurdo llevado al límite de lo cómico. El autor es
capaz de hacer humor, ironía en medio de lo más escatológico del ser humano sin
caer en el lugar común o en lo ordinario.
No es necesario insistir más
en la calidad de la novela, y por ello no dudo en recomendarla a amigos y
colegas. Una historia magnífica, contada con una técnica impecable. Bien vale
la pena leerla, gozarla y admirarla en cuanto a modelo del oficio.
El Premio Herralde, con el que
fue reconocida Ciencias Morales en el
2007 es quizás de los más justos que se haya conocido en la historia reciente
de ese importante certamen.
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