Algunas consideraciones en torno de la reedición de Antoño Nariño, filósofo revolucionario de Enrique Santos Molano
Palabras leídas en la Biblioteca Naciona, en Bogotá, el pasado 26 de septiembre de 2013, durante la presentación de la segunda edición de la biografía de Nariño por Enrique Santos Molano
Al investigador histórico siempre se le presenta el interrogante de cómo reconstruir,
interpretar o analizar el hecho histórico. Superadas están las épocas del
historiador alemán Leopold von Ranke que clamaba por un trabajo de narrar los
hechos “tal como sucedieron”. Dicha pretensión ha sido revaluada y sabemos que
los eventos de la historia se diluyen y evaden para siempre; y el trabajo del
historiador es un trabajo personal, parcial, en muchos casos imperfecto de
acuerdo con las herramientas que tenga a su alcance, el método que utilice y el
contexto personal del historiador (su formación, su ideología, sus circunstancias
personales), que a todas luces es imposible deslindarlo de su trabajo
investigativo. Al mismo tiempo, afirma Morrou, ”la riqueza del conocimiento
histórico es directamente proporcional a la cultura personal del historiador”.
El teórico de la historia Jerzy Topolsky se inclina por una
“interpretación muy amplia de los hechos históricos, tan amplia que abarque
toda la realidad histórica en su existencia estética y dinámica. De este modo,
los hechos históricos equivaldrían a la memoria de la investigación histórica,
y tomando la forma de los llamados hechos historiográficos, a un intento de reconstrucción
de esa materia. Pero a la vez, dicha materia de la investigación histórica no
sería sólo una suma de hechos, como muchas veces se ha asegurado, sino un
macrosistema enormemente complejo y complicado de sistemas más pequeños y
elementos que cambian sin cesar y se desarrollan en toda su complejidad e
innumerables relaciones mutuas, de acuerdo con las leyes de la dialéctica.”
Finalmente, quizás el pensador más agudo y dialéctico sobre la historia
de los últimos tiempos es Walter Benjamin. Sus famosas y brevísimas Tesis sobre el concepto de la historia
nos permiten adentrarnos en la compleja y difícil tarea del investigador, en
especial si es un representante del materialista histórico. Para Benjamin el
sujeto del conocimiento histórico es “la clase oprimida misma, cuando combate” y
la conciencia de hacer saltar el continuum
de la historia es propia de las clases revolucionarias, en el instante de su
acción.
En una clara alusión a la pretensión de Ranke, Benjamin aclara:
“articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como
verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo, tal como este
relumbra en un instante de peligro”. Y de manera dialéctica evoca al propio
Fustel de Coulanges quien “le recomienda al historiador que quiera revivir una
época que se quite de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia”.
Las anteriores consideraciones nos permiten adentrarnos en una obra de
dimensiones colosales, como es la biografía escrita por Enrique Santos Molano,
publicada inicialmente por Planeta en 1999 y ahora, afortunadamente reeditada
por la prestigiosa y fructífera en títulos de primer nivel, Ediciones
desde abajo que dirige el periodista e intelectual Carlos Gutiérrez; la
misma que publica la edición nacional de Le
Monde Diplomatique. Santos Molano, interpreta el sentir de Morrou, Topolsky
y Benjamin de una manera fiel y ejemplar, como veremos en las líneas que
siguen.
Confieso que no conocía la biografía que nos convoca hoy y no me arredré
al recibir el voluminoso tomo seiscientas páginas y al contrario, me sumergí en
su lectura, tan pronto concluidos otros compromisos urgentes, no sin algunas
prevenciones y temores que quedaron rápidamente disipadas apenas comenzó la
lectura.
Son muchas las virtudes y pocos los menoscabos de la obra. Y quiero
ocuparme, más de las primero que de lo segundo, así sea de manera somera en
este corto espacio que contamos para privilegiar esta noche la voz misma del
autor de la biografía. Dígase en primer lugar que el propósito de esta
biografía de Nariño, en mi opinión, es uno e inmenso: reestablecer en su justa
posición histórica la figura y el nombre de Antonio Nariño. Y obsérvese que no
caigo en el lugar común de llamarlo “el precursor
de nuestra independencia”, pues el mismo Santos Molano nos demuestra que Nariño
no fue ningún precursor, sino actor principalísimo de los hechos que
van desde la revolución de los comuneros de 1782 hasta la muerte misma de
Nariño, un poco más de cuarenta años más tarde, en 1823.
Adentrarse en el minucioso estudio realizado por Santos Molano es
sumergirse en la vida compleja, fascinante, sufrida, valerosa, luchadora,
cuestionada y criticada de Nariño. Hombre de unas virtudes intelectuales que le
hacían descollar notoriamente sobre sus semejantes, y cuyo brillo causaba tanta
admiración como envidia, odio y recelo de parte de los múltiples adversarios
que fue cultivando, sin proponérselo, durante su agitada vida. Nariño es mucho
más que el primer traductor de Los
derechos del hombre, al español. Si bien ese fue el hecho que estampó su
lugar en la historia, su contribución a la creación del estado colombiano fue
mucho más allá de echar a rodar la bola de fuego con la impresión del famoso
escrito, por el que fue juzgado y prontamente encarcelado. Llama la atención
que Nariño halla pasado más de un tercio de su vida en prisiones, en
condiciones infrahumanas en cuanto a higiene, alimentación y dignidad. Y sin
embargo, sólo algunas contadas oportunidades en que sucumbió a la depresión,
casi siempre mantuvo su valor y su coraje, así como la devoción a su esposa
Magdalena Ortega y cuatro hijos.
Nariño era revolucionario hasta los tuétanos. Su ardor por la lucha contra
la dominación española lo llevaba en su sangre. No era en interés personal.
Nariño, era lo que hoy llamamos un hombre de izquierda, comprometido con los
oprimidos, interesado por los desprotegidos. Nariño sabía su condición y no lo
ocultaba. Desde temprano advirtió a sus contemporáneos criollos que se debatían
si se reconciliaban o no con la corona durante los infaustos años de lo que él
mismo bautizó más tarde “la patria boba”, así: “Que no se engañen: somos
insurgentes, rebeldes, traidores” advirtió sin que le escucharán sus
adversarios federalistas. Su rebeldía le costó muchos años de prisión, más de
veinte, en distintos momentos de su vida; y a la vez, casi de manera milagrosa,
como si hubiera estado toda su vida protegido por un manto mágico, salvó su pellejo
y escapó una y otra vez de ser fusilado, ahorcado, decapitado por sus enemigos.
Nariño no ahorró adversarios de ninguna clase: criollos, españoles, cubanos,
franceses e ingleses. Nariño tenia la inusual capacidad de generar las más
opuestas pasiones en su alrededor: desde la veneración hasta el odio visceral.
Ni siquiera Bolívar y Santander escaparon de ver a Nariño, como alguien a quien
era imposible dominar o subyugar. Sí, Nariño era un revolucionario nato pero
igualmente era un pensador, un intelectual, un político y un militar. Quizás la
mayor habilidad que poseía Nariño era su pluma, su estilo y su capacidad de
persuadir y generar opinión con sus escritos. En esto Nariño era un maestro.
Por ello prácticamente en todos los grandes proyectos de periodismo en el país,
estuvo vinculado Nariño, desde el primero de todos El aviso del terremoto, pasando por el Papel Periódico hasta La
Bagatela, Nariño dejó su pensamiento, sus argumentos y su ideología en
ellos.
Pero hablemos del verdadero protagonista de esta noche, que es Santos
Molano, historiador y no más de Nariño, protagonista sí, pero de nuestra independencia.
Volviendo a Morrou, afirma: “la
historia se hace con documentos, lo mismo que el motor de explosión funciona
con carburante”. No me cabe duda que la principal virtud que tiene Santos
Molano como historiador es su manejo de las fuentes históricas. Su biografía de
Nariño está construida a partir de fuentes primarias; prácticamente no hace uso
de ninguna fuente secundaría. Miremos cuál es la cantera de información del
historiador Santos Molano. En
primer lugar, El archivo Nariño, en
seis tomos, obra también monumental compilada por Guillermo Hernández de Alba,
publicada durante la presidencia de Barco y hoy afortunadamente disponible casi
en su totalidad en Internet. El archivo Nariño consta de testamentos, partidas
de nacimiento, de función, inventarios, cartas, peticiones, cédulas reales, solicitudes,
constancias, cesiones, avisos, requerimientos, memoriales, oficios, informes,
discursos, defensas, instrucciones, respuestas, medidas, memoriales, oficios, certificados,
balances, decretos, tratados, boletines, instalaciones… en fin, cientos de
documentos de la época que dan fe, de primera voz y original, de los eventos
que luego Santos Molano organiza, interpreta, encadena y articula dentro de el
hilo conductor de la vida de Nariño. Pero no sólo es El Archivo Nariño la fuente única e documentación de la que hecha
mano el historiador Santos, es también los archivos del Papel periódico de Santafé de Bogotá, El aviso de Terremoto, La
Gaceta, Argos americano, El redactor americano, El Correo Nacional, la Gazeta Ministerial de Cundinamarca y así
son decenas y decenas de fuentes primarias que amenazan e intimidan a cualquier
investigador con la vastedad de información.
Uno de mis profesores decía: “El
trabajo de archivo te vuelve humilde”, afirmación que corroboré cuando me enfrenté
en diversas ocasiones al maremágnum de documentos en el Archivo nacional, en la
Luis Ángel Arango y en el recinto que nos recibe hoy para esta presentación. No
me cabe duda que la humildad que caracteriza a nuestro agasajado de esta noche,
es debido en gran parte a su trabajo como historiador.
Este minucioso trabajo permite resaltar en segundo lugar la otra gran
virtud de la obra. Poder precisar, de manera inequívoca el pensamiento
revolucionario y social de Nariño. Aquí no hay interpretaciones ni conclusiones
entresacadas a la fuerza. El pensamiento de Nariño está expuesto por Santos
Molano tal cual es, fruto de las extensas transcripciones de sus cartas,
discursos y artículos periodísticos escritos durante todas vida. Que Nariño fue
un centralista, todos los sabemos, que se opuso al federalismo propugnado por
Camilo Torres también, pero es aquí donde encontramos los fundamentos y
principios que llevaron a Nariño a defender su tesis y es aquí también donde entendemos
la grandeza de Nariño, de si bien reconociendo que el federalismo no era el
mejor sistema para la época del nacimiento del estado colombiano (a diferencia
de sus adversarios que pretendían calcar el modelo del norte como si se pudiera
trasplantar el éxito alcanzado allá a nuestras latitudes) así mismo reconocía
que debía ceder y procurar una vía alterna, para no abocar al país a una guerra
sin sentido cuando aún se estaba lejos de sacudirse definitivamente el yugo
español y el pacificador Morillo ya alistaba su equipaje para su expedición de
sangre y terror. Aquí de nuevo el loor al biógrafo que no permite equivocarnos en cuanto a la auténtica
ideología nariñista.
Santos Molano toma partido por la causa de Nariño desde las primeras
páginas. Eso es inobjetable. Y bien podría ser esa la principal crítica que se
esgrima contra el libro. A mi no me preocupa esa objeción, dado que hay siempre
un referente imparcial, como es el acervo de fuentes primarias que abundan en toda
la obra. El lector construye su propia historia de Nariño a la par que Santos
Molando va desplegando la vida del su biografiado página tras página.
Para terminar la menor de las objeciones podría estar en el uso de
coloquialismos en el texto; pero entendibles en él cuando se le conoce un poco.
El biógrafo no duda en usar el colombianismo “mamar gallo”, que podría fruncir
el ceño de un historiador ortodoxo o de academia, para demostrar una y otra vez el refinado humor que tenía
Nariño en algunos momentos cruciales, y que no dudaba en echar mano de esa característica
tan nuestra para salirle adelante al adversario de turno. Pienso que Santos
Molano le ha dado mayoría de edad al termino y la legitimidad para que
cualquier otro autor lo use sin sonrojarse en su obra.
Santos Molano deja una estela para seguir trabajando para quien quiera
retomar el hilo, y es la relación de Nariño con la masonería. En los momentos
más apremiantes de la vida de Nariño, en los momentos más cruciales de su
existencia, siempre aparecen, de manera oportuna los masones para auxiliarlo,
para solventarlo, para librarlo de males mayores de los que tuvo que vivir. Y a
la vez, se sabe muy poco, quizás por la inexistencia o desconocimiento de
fuentes que puedan permitir rastrear esta interesantísima relación de Nariño
con los masones. Intuyo que Santos Molano sabe mucho más al respecto de lo que
plasmó en las seiscientas páginas de la obra. Es un magnifico tema para quien
quiera retomar esa antorcha.
Entre todas las biografías existentes de Antonio Nariño, entre ellas las
de Eduardo Posada, y Pedro María Ibáñez. El Precursor. Documentos sobre la vida
pública y privada del general Antonio Nariño. (de 1903.), la de Soledad Acosta
de Samper, Biografía del general Antonio Nariño. de 1910., La de Raimundo Rivas
El Andante Caballero Don Antonio Nariño. Bogotá: Imprenta de la Luz, de 1936.,
la de José maría Vergara y Vergara, Vida y Escritos del General Antonio Nariño.
Bogotá: de 1946,la de Jorge Ricardo Vejarano, Nariño. Su vida, sus infortunios,
su talla histórica. Bogotá: de 1978 y la que nos ocupa esta noche de Enrique Santos
Molano, no hay duda que esta se erige como una obra de referencia de
primerísimo nivel para la consulta y deleite de todos los interesados en el
tema.
26 de septiembre de 2013
Philip Potdevin
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