Pablo Montoya es un escritor que se reinventa en cada obra. Su prolífica producción no descuida la preciosa calidad de su trabajo. Sus temas e intereses son amplios y profundos, con una inclinada predilección por lo sofisticado, lo elaborado, en la música, la historia, el arte…
Montoya estudió en la Escuela Superior de Música de
Tunja. Fue flautista en varias orquestas del país. También estudio Filosofía y
Letras en la Universidad Santo Tomás. Es doctor en Estudios Hispánicos de la
Nueva Sorbona-Paris 3. Actualmente es profesor de la Universidad de Antioquia.
Algunos de sus libros de ficción han sido merecedores de premios y
reconocimientos: entre ellos se encuentran el libro El beso de la noche (beca de creación de la Alcaldía de Antioquia),
2007), Requiem por un fantasma (premio
de cuento de la Alcaldía de Medellínn, 2005) y Habitantes (premio de Autores antioqueño, 2000). Entre sus libros
de prosa, poética se encuentran Sólo una
luz de agua: Francisco de Asís y Gioto (2009), Cuaderno de París (2007), Trazos
(2007) y Viajeros (1999), beca para escritores
extranjeros, Centro Nacional del Libro de Francia. Su última novela Los derrotados fue publicada por Silaba
editores en el el 2012. Está por aparecer en Random House su nueva novela, que gira
en torno a la vida de tres pintores protestantes franceses no muy conocidos:
Jacques Le Moyne, François Dubois y Théodore de Bry del siglo XVI. Una novela
que indaga en las tortuosas relaciones entre pintura, grandes viajes y
profundos traumas sociales.
A continuación cuatro textos extraídos del libro Programa de Mano:
Piazzola
En dónde buscar los desaparecidos. En cuál de las plazas de
Buenos Aires podrían dar recado de su rastro. Bajo uno de los grandes gomeros
habrán de decir alguna cosa. En el follaje de los palos borrachos tal vez se
hable de una niña perdida. Y estará extraviada la búsqueda de quien va
persiguiendo espectros tras las esquinas numerosas. Y más aún en estas calles
que son tan rectas como una pesadilla. O en esas tipas espléndidas que parecen
como si un dios olvidadizo las hubiera acabado de pintar. Un bandoneón suena en
algún lado. Mientras camino por las orillas del cauce que tiene color de los
metales fundidos. El viento es tórrido. La humedad rememora las grandes selvas
que rodean esta agua amnésica. Las notas del bandoneón, tan largas como el
pensamiento que ha recorrido, se unen poco a poco a un violín o un piano. Toda
ciudad es una llaga, lo sé. Y los aviones, que cruzan el cielo, buscan el río
moribundo.
Ginastera
La pampa es una palabra que todo lo nombra. Un eco de
confrontaciones entre bárbaros y civilizados. Tierras desprovistas de árboles y
colinas. Amaneceres que remiten a la embriaguez expansiva de un dios infantil.
Sus hombres que aman el trabajo y el valor. Y las mujeres fieles y las
nostalgias provocadas por los atardeceres. Cuántas veces me he recostado ene
sta pampa hecha de timbales, cornos y contrabajos en crescendo. Praderas que se
parecen al pedazo de cuchillo que un muchacho blanco, vuelto indio durante
años, encontró en un resquicio de su casa no olvidada. Cuántas veces imaginé
llanuras sin límite en las cuerdas del violín. Las vacadas cruzando la distante
prolongación de las gramíneas. Pero hay algo en esto forzadamente grandioso,
Los matices nacionalistas. La rimbombancia patriótica. Esa pretensión de hallar
una identidad que poco se aviene con la tierra cuando el hombre es
apenas un esbozo sobre ella. Cómo sería la pampa sin los hombres. ¿Las noches
sin que los ojos de nadie puedan contemplarlas? Prefiero acomodarme en el
sillón. Aquí en esta chimenea de Envigado. Y escuchar la Canción al árbol del
olvido. Sentirme protegido en su desposeimiento. Sabiendo que la ausencia del
amor es más perenne que cualquier celebración telúrica.
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