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CINCO TENDENCIAS PARA UN NUEVO DECENIO


Philip Potdevin*

El modelo actual ha llegado al límite de sus propias contradicciones. Ante ello, hay derroteros que señalan caminos a seguir.

La artista y ensayista Hito Steyerl cita en su libro Arte duty free la escena de Al filo del mañana donde Tom Cruise y Emily Blunt se ven atrapados en un loop al tratar de liberar la Tierra de un ataque alienígena. Los Mimics, especie semisalvaje los asesina una y otra. Cada amanecer los protagonistas reengendran para morir antes de finalizar el día y entrar en una repetición pavorosa. La única forma de romper el loop es encontrar y destruir al jefe de los Mimics que eventualmente descubrirán se esconde debajo de la pirámide del Louvre.
¿Cuál es el significado y sentido del loop? Giorgio Agamben, partiendo a la vez de Hannah Arendt, que acuñó en 1963 la expresión “guerra civil mundial”, se ha interesado en el término griego stasis, que significa guerra civil y, a la vez, inmovilidad. En la stasis convive la agitación y lo inmutable. La guerra civil no termina nunca, el conflicto se da no para resolverlo sino para prolongarlo indefinidamente. Así es la stasi, una fuente inagotable, una crisis estancada, un trance del cual es difícil salir por cuanto genera múltiples posibilidades, utilidades y ganancias a los que están envueltos en él. Arendt parece tener claro las cosas, hablando sobre revolución y guerra civil al afirmar: “Las revoluciones son los únicos acontecimientos políticos que nos enfrentan directa e inevitablemente con el problema de un nuevo comienzo” .
Este nuevo comienzo parece la coyuntura que presenta el inicio de la década. Asistimos a la crisis de un modelo político, económico y social que ha alcanzado al límite de sus contradicciones internas; vemos unos pueblos forzosamente globalizados que luchan por sacudirse de la desterritorialización; presenciamos estados democráticos que pierden su esencia y giran hacia nuevas formas de autoritarismo –un mundo de democracias salvajes y barbaries mercantiles, como afirma Keucheyan–; vivimos en una economía capitalista que se adapta, como un virus mutante, a los cambios de la sociedad y saca provecho de los nuevos entornos y tecnologías; convivimos con nuevas formas de oposición beligerante: “tribus urbanas”, “nuevos barbaros”, “minorías sediciosas”, hackers, mercenarios, movimientos sociales, inconformes, ambientalistas, feministas (la lista es larga …); y, por último, padecemos una sociedad donde los gobiernos no buscan mantener el orden sino gestionar el desorden , es decir, ya no se pretende impedir el delito sino evitar la reincidencia.
La tarea hacia ese nuevo comienzo que nos permita salir del loop es ardua: el neoliberalismo o hipercapitalismo –como lo denomina Picketty en su reciente Capital e ideología–, aún es fuerte y se resiste a deponer las armas. El capitalismo ha demostrado a través de todas las fases y crisis que ha atravesado, lo hábil que es para sobrevivir gracias a que no es una ideología monolítica sino un conjunto de principios flexibles y adaptativos, una serie de algoritmos que detecta, monitorea e interpreta datos, tendencias y predice escenarios y comportamientos. Por otra parte, el capitalismo se retroalimenta de indicadores macroeconómicos que enmascaran la desigualdad que no quiere reconocer. Además, campea en los grandes países desarrollados, o al menos en sus altos círculos sociales y económicos donde los poderosos son ajenos o miopes a un entorno aquejado de los problemas que padece la mayoría. Y por último, no ayuda para vislumbrar ese nuevo comienzo, la proverbial y prolongada dificultad de la izquierda, tras el colapso de Muro de Berlín, y aún antes, de postular un gran relato comparable en fuerza y viabilidad al capitalismo.
Dicho lo anterior, sabemos que las grandes crisis encierran reacciones de autodefensa por parte de la sociedad. No es sino mirar la historia y ver cómo la sociedad civil siempre sale a hacer valer su autonomía y autoridad frente a gobernantes y sistemas que han hecho agua con sus modelos, desde la Revolución Francesa, hasta los movimientos nacionalistas que surgieron tras la caída del comunismo soviético.
En esa línea de pensamiento, el horizonte parece iluminar la capacidad de cambio de la actual sociedad manteniendo cierto orden social y a la vez, sabiendo qué es lo que se debe cambiar, y qué debe permanecer. La visión unificadora del pensamiento crítico parece alinearse en torno a un postcapitalismo que adapte o encuentre nuevas formas de asociación política, económica, social y solidaria que conduzcan a replantear y resolver, principalmente, los tres megaproblemas que aqueja al planeta hoy día: el casi irreversible cambio climático, la desigualdad incremental entre unos pocos poderosos y la mayor parte de la población y la progresiva invasión por la tecnología a las esferas más íntimas del ser humano donde la inteligencia artificial es la que guía la decisión humana.
En este sentido surgen propuestas de pensamiento y acción (teoría y praxis) que se enfrentan y oponen a la hegemonía neoliberal como una guerra civil planetaria; chocan en la stasis que se repite y renueva incansablemente. ¿Cómo romper la stasis, en analogía a la situación que viven los protagonistas de Al filo del mañana? Ahí la pregunta que muchos pensadores –la intelectualidad orgánica– se empeñan en resolver del brazo de una sociedad que cree que es posible otra democracia. Desde distintos sectores se postulan caminos que puedan conducir, más temprano que tarde, al tan anhelado postcapitalismo postindustrial.
Aceleracionismo
El aceleracionismo parte de un contrasentido. En lugar de recalcar que el camino es atacar al neoliberalismo, descalificarlo o simplemente esperar que colapse por causa de sus propias contradicciones, esta reciente postura filosófica apoya la idea de aceleración que reside en el corazón del capitalismo. Es necesario, entonces, acelerar las tendencias de desarraigo, alienación, descodificación y abstracción del capitalismo para llevarlo al límite y que esto conduzca a una sociedad postcapitalista. Se trata de una idea, al parecer, contraintuitiva pero que busca alinearse con el principio marxista del vínculo intrínseco que existe entre las fuerzas transformadoras y las axiomáticas del valor de cambio y de la acumulación capitalista que rigen el mundo moderno. Partiendo de Marx y su Fragmento sobre las máquinas, el aceleracionismo cree que el capitalismo no hay que revertirlo sino analizarlo, intervenirlo y acelerarlo para que, a pesar de toda su corrupción intrínseca y sus mecanismos de explotación que hay que soportar en el entretanto, dé lugar a otro modelo. Por ello, en lugar de rechazar los avances de la tecnología característicos del capitalismo contemporáneo, esta propuesta de acción social y política construye sobre la premisa, de que estos, primero, son irreversibles, y segundo, son deseables hasta cierto punto, a fines de lograr los objetivos postcapitalistas. En esa línea, el aceleracionismo cree firmemente que no estamos ante el fin de la historia sino al comienzo de un proyecto político prometeico y humanista.
La tesis aceleracionista, desarrollada en el Manifiesto para una política aceleracionista por Alex Williams y Nick Srnicek (2015) esboza un qué hacer, basado en tres objetivos: a) construir una infraestructura intelectual que contenga una ideología con nuevos modelos económicos y sociales, y “una visión de lo que es bueno, para reemplazar y superar los paupérrimos ideales que hoy rigen nuestro mundo”; b) una reforma de los medios de comunicación a gran escala, para acercar estos órganos al control popular para desmontar el actual discurso hegemónico de las grandes narrativas abanderadas por los medios económicos y de poder; y c) reconstruir diversas formas del poder de clase, buscando la manera de integrar una serie dispar de identidades proletarias parciales que son de cuño postfordistas y representan siempre formas de trabajo precario.
Solidarismo
Desde el siglo diecinueve se sentaron las bases del solidarismo como alternativa al capitalismo y al estatismo sobre los principios de convertir la empresa en ejemplo vivo de convivencia humana, de fortalecer las relaciones de solidaridad y buena voluntad entre trabajadores y empleadores, de promover el progreso económico y el desarrollo integral de los trabajadores, mejorando el nivel de vida de sus familias y comunidad, fomentar la conciencia social para mayor solidaridad y mejor entendimiento entre trabajadores y empleadores, fomentar la productividad y el rendimiento de la empresa para beneficio de todos los integrantes, defender el concepto de libre empresa como el mejor sistema de producción y riqueza, y, por último, alentar la formulación de programas orientados a fortalecer el desarrollo integral de los trabajadores, su familia su comunidad y su empresa .
A pesar del paso del tiempo, o tal vez por ello mismo, es una propuesta que hoy día sobresale entre las opciones más viables al sistema capitalista. El solidarismo parte de la confianza que genera el asociarse con un número relativamente pequeño de personas, alrededor de cien, en las que todo individuo suele y puede confiar. Esta confianza mutua permite emprender colectiva y comunitariamente proyectos de solidaridad, llámense cooperativistas, de asociación, pymes o microempresas. El solidarismo parte de un principio antropológico que establece tres niveles de conciencia en el ser humano: la individualista, aquella que se ocupa del cuidado de sí mismo; la comunitarista o cooperativista, en la que el individuo confía en grupos de amigos o conocidos y, tercero, la universalista, que apunta a un referente más amplio: el bien general.
El solidarismo además es una alternativa a la crisis de confianza mutua entre Estado y ciudadanos. El Estado trata a todos los ciudadanos como sospechosos y eventuales criminales (de allí el incremento de medidas de seguridad, cámaras de vigilancia y controles biométricos) y los ciudadanos desconfían profundamente de políticos, representantes democráticamente elegidos y de las instituciones, en general. El solidarismo regresa a círculos estrechamente determinados donde se puede depositar la confianza tan resquebrajada en otras esferas.
Por supuesto, ya existen múltiples casos de economías solidarias en las que, primero, se aplican actividades autónomas y colectivas como respuesta directa a necesidades de supervivencia económicas, organizadas según un principio igualitario y, segundo, donde parten de una conciencia clara del carácter injusto del sistema dominante y de la necesidad de superarlo.
Persuasión
Es claro que para lograr cambiar el modelo político y económico de una sociedad hay que hacerlo por la vía más efectiva. Gramsci cita tres elementos presentes cada vez que el mundo ha cambiado un modelo político y económico: primero, está el pueblo, como factor de movilización masiva; segundo, el desarrollo de una alta cultura de élite intelectual, y tercero, la intervención de los que tienen el poder del Estado. El pensador italiano advierte que cuando los movimientos populares no se asocian a un desarrollo de alta cultura, es decir, a una elite intelectual que desarrolle un modelo ideológico, estos terminan desgastándose y eventualmente desaparecen. Advertencia importante para muchos de los movimientos sociales que se gestan hoy día en Latinoamérica.
En la misma línea, Pablo Razeto, director del Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad de Chile, sostiene que de las tres formas básicas de cambiar las cosas, primero, la fuerza o la revolución genera bajos niveles de gobernabilidad; segundo, la votación a través del sistema de partidos políticos se ha desgastado y desprestigiado; la tercera, la persuasión, es la que genera mayor niveles de efectividad.
Se trata de persuadir a aquellos que están en el poder o tienen acceso a él a cambiar sus mentes para que adopten las ideas de lo que es necesario mudar en la sociedad . Y claro está, una forma actual y efectiva es a través de las medios y redes sociales. Ejemplos de líderes que han trabajado la persuasión abundan, entre ellos, Gandhi, Mandela, Martin Luther King, quienes hicieron triunfar sus ideas no por la fuerza o la vía de los partidos políticos. No fue necesario tomarse el poder, la tarea fue persuadir a los que lo detentaban para generar el cambio social y político deseado. Para ello, quienes impulsan dicha persuasión deben comenzar por el ejemplo, la llamada persuasión intelectual vivencial. Es decir, deben partir de si mismo., como lo hicieron los personaje citados y más recientemente, Pepe Mujica, en Uruguay. Cambiar la sociedad comienza por un cambio en la forma propia de vivir. Así, la propuesta política es coherente.
Nihilismo
Nuestra época, desde sus antecedentes en el pensamiento nietzscheano, está nimbada de una nube nihilista. Hay que remontarse a Stirner, con su célebre El único y su propiedad, y a Turgueniev, en la novela Padres e hijos para encontrar las raíces del pensamiento nihilista. Cumplidas dos décadas del siglo actual, el pensamiento nihilista —a pesar de ser esencialmente “equívoco”, pues el pensar la nada ya presenta de por sí una dificultad— parece más vivo que hace ciento cincuenta años cuando Nietzsche decretó la muerte de la escatología cristiana y abrió camino al vitalismo . Recordemos que para el filósofo alemán el nihilismo es el “rechazo radical de valor, sentido, deseabilidad” . Después vendrían Heidegger, Wittgenstein, Merleau-Ponty, Jean Luc Nancy, Agamben, entre muchos, para prolongar tal ideario.
El nihilismo se debate entre dos extremos, uno activo y otro pasivo, entre la destrucción y la extinción. Mientras el primero derrumba ídolos, verdades, creencias, pero también sistemas y Estados, el segundo busca un retraerse, un aislarse y cerrarse al ruido de la sociedad. En cierto sentido, el segundo es un refugio del ser en su interioridad a modo de los orientales que buscan el Nirvana en la quietud y la contemplación.
Bien sea por destrucción o extinción, la postura nihilista parece revestir el tedio de la sociedad que no ve ni se matricula en utopías o que simplemente cae en la autocomplacencia martillada por el pensamiento de derecha que insiste en afirmar que vivimos “en el mejor de todos los mundos posibles”; el otro abismo es cuando el individuo cae en las enfermedades de la sociedad del cansancio delineada por el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han .
Neoanarquismo
De cierta forma emparentado con el nihilismo, el neoanarquismo también se erige como una refutación a la lógica de dominación que la sociedad neoliberal va estrechando sobre las esferas de la libertad humana. El neoanarquismo rechaza todo tipo de dominación, política, económica, social, de conducta o de pensamiento. El sujeto político, en toda su dimensionalidad, llámese individuo o multitud, en su sabiduría intrínseca, tiene clara la percepción de la injusticia, su autoconsciencia lo habilita a resistir la dominación. De este modo el sujeto parte de elementos como la singularidad, la libertad, la autonomía y la lucha contra la dominación para sacudirse, de múltiples maneras, desde la resistencia pasiva hasta la “propaganda por el hecho” todo tipo de dominación sobre él. En esa línea, Etienne Balibar habla sobre “la necesidad cívica de la sublevación” apelando a medios de antiviolencia o civilidad y reconociendo la existencia de la violencia extrema en todas sus dimensiones, desde el terrorismo y el fascismo, hasta la violencia estructural inserta en el empobrecimiento de la población, en la exclusión, en la desigualdad .
A diferencia del anarquismo del siglo XIX y de la primera mitad del XX, no todo impulso o movimiento neoanarquista busca deponer gobiernos o implantar una sociedad utópica. En ese sentido el neoanarquismo no es ingenuo. Por ser hijo de la posmodernidad y del posestructuralismo, se aleja de querer convertirse en ideología legitimadora de la modernidad y de las concepciones esencialistas de la naturaleza humana. El neoanarquismo supera la ira, el odio, el resentimiento, el acto violento y busca sacudirse la dominación por medios racionales, reflexivos y pacíficos. En últimas, todas las expresiones neoanarquistas actuales van dejando una huella en los gobiernos y en los sistemas políticos. El mensaje es claro: el ser humano repele y está dispuesto a luchar por su autonomía, su libre elección, su estilo y forma de vivir. Al otro lado, en la guerra civil planetaria, el neoliberalismo va en contravía de este deseo supremo del individuo.
En resumen, el decenio que abre el 2020 seguramente estará caracterizado por tendencias que llevarán el modelo hipercapitalista a su extremo y lo harán desembocar en un postcapitalismo que comienza a definir contornos cada vez más discretos. Igualmente, no es improbable que el nuevo decenio esté marcado por aun mayores agites sociales que el anterior, El hipercapitalismo será puesto a prueba en sus más profundas convicciones y veremos emerger un nuevo prometeísmo; un humanismo que se resiste a sucumbir a los asedios de un capitalismo en connivencia con las más sofisticadas tecnologías. El loop de la “guerra civil planetaria”, aquel que mantiene a la sociedad moderna a medio camino entre la agitación y la inacción debe romperse y dejar abiertos caminos hacia otra sociedad. Todo es posible.
*Escritor. Miembro del Consejo de redacción de Le Monde Diplomatique, edición Colombia.

Tomado de Le Monde Diplomatique, edición Colombia, marzo 2020

 

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