Para que en Colombia pueda elegir, por primera vez en su historia bicentanaria, el camino de un gobierno progresista, es necesario acudir a las más profundas convicciones de la ciudadanía, aquellas que residen en la autonomía de su conciencia.
-¿Doctor, este año por quién hay que votar? -pregunta Hortensia Murcia, una mujer de poco más de cincuenta años y treinta de vivir en la capital. Llegó de Suaza, Huila. De lunes a viernes trabaja como portera en un edificio al norte de Bogotá. Los sábados va a una casa de familia y ayuda con el aseo. Su educación es precaria. Y luego, sin esperar respuesta, dice:
-A mi hija, que acaba de ingresar a la universidad, le dijeron allá que hay que votar por equis.
Algo similar ocurre entre millones de colombianos: su conciencia ciudadana es lo sufi-cientemente desarrollada como para dictarles la importancia de elegir a los gobernantes, pero no lo suficiente como para generar un criterio autónomo.
Sin embargo, no todos en el país caen en esa categoría. Millones más (y entre los anteriores y estos definen los próximos gobernantes) se ubican en una franja de mayor autonomía crítica, pero hacen parte de la "espiral silenciosa", según el concepto acuñado por Noelle-Neumann , de una opinión publica moldeada y deformada por los medios, pero con el suficiente olfato para inclinarse por la opinión más valorada socialmente en asuntos controvertibles. Sucumben al mandato irracional del "Hay que votar por…".
La principal consecuencia de lo anterior es la solidificación de una casta en el poder, entroncada no solo con los grupos de poder político y económico más tradicionales, sino con las prácticas de corrupción más voraces. Estas castas (en Colombia, en gran parte son dinastías) reinan sobre una opinión pública débil y lábil gracias a la manipulación ejercida por los medios que ellas mismas controlan.
Y esto lleva a la pregunta que se formula una estrecha franja de ciudadanía consciente: ¿Cuándo el país tendrá la oportunidad de elegir un gobierno de tendencia progresista? A menos de tres meses de las elecciones presidenciales la probabilidad efectiva de que por primera vez, en más de doscientos años, el pueblo elector se incline por una opción democrática y social, y por fuera de las inveteradas facciones políticas y dinásticas, luce improbable y difusa.
¿Qué impide que la nación colombiana -no la maleable opinión pública de la espiral silenciosa sino la profunda y libre conciencia ciudadana-, sustituya a una clase política que nunca ha soltado el control de un país e instaure un gobierno con un modelo radicalmente distinto? ¿Qué se le puede contestar a una de tantas personas como Hortensia Murcia que acuden con la misma candidez en busca de orientación sin violentar su individualidad, ni su criterio, incipiente, pero al fin y al cabo el propio que desea afianzar?
¿Una causa perdida?
El pensamiento crítico, el mismo que no se pliega al supuesto fin de la historia, que no se resigna a ver la caída del Muro de Berlín como el fin de una ideología, que está dispuesto a seguirse matriculando en lo que Žižek llama "las causas perdidas" del socialismo y sus deriva-ciones, que sigue avivado por pensadores como Boaventura de Sousa Santos , que se remonta a los más elementales enunciados del Manifiesto Comunista de 1848, que se aferra al principio esperanza , y que nunca abandona creer en las utopías, y confía, como Chomsky, en los principios anarquistas para socavar las más sólidas bases del neoliberalismo, ese pensamiento crítico, es el que hoy parece ausente o desconectado en la ciudadanía para llevar a la nación colombiana a una nueva etapa de conciencia y desarrollo social.
Por otra parte, el pensamiento pesimista o determinista no ayuda a los grandes cambios. La indiferencia, la desesperanza y la molicie se conjugan en un aparente consenso en la más amplia franja de la nación abstencionista, aquella que se crio -y vive hoy día- bajo la consigna del "¡ay, deje así!", como la caracterizó el humorista Andrés López en La pelota de letras. El "deje así" se convierte en un lastre para avanzar hacia horizontes más prometedores.
Otros, como el médico Emilio Yunis , prefieren acudir a explicaciones genéticas para definir el carácter del colombiano y achacarle al mestizaje nuestro paradójico espíritu indómi-to-conformista, y no a causas de tipo cultural o sociológico.
Factores que pesan demasiado
Pocos elementos ayudan a que esta opinión pública -y sus millones de Hortensias Murcia- y, más aun, la conciencia ciudadana, tenga una progresiva evolución hacia criterios autónomos. Son numerosos los antecedentes, circunstancias y causas que han llevado a una atrofia en el desarrollo del pensamiento crítico.
Hay que remontarse un siglo para entender cómo las iniciativas de auténtica oposición reflexiva han sido abortadas por fuerzas reaccionarias: el asesinato del líder liberal-socialista, Rafael Uribe Uribe, en 1914, inauguró una larga lista de prominentes líderes sociales elimina-dos antes de siquiera llegar a unas elecciones presidenciales: Jorge Eliécer Gaitán, Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo leal, completan, entre otros, esa lista. Esta tendencia, a otro nivel, pero no menos repudiable, continúa actualmente con el asesinato de líderes sociales, en creciente desde octubre del 2016, con la firma del tratado de paz del Teatro Colón.
¿Defensa de la tradición y de los privilegios a cualquier precio? En el contexto geopolítico, el país marcha a contrapelo de las tendencias históricas de sus vecinos; mientras en casi todo el continente opera el continuo derecha-izquierda, como en Chile, Argentina, Ecuador, Bolivia, Brasil, Perú, Uruguay, por no mencionar las naciones centroamericanas y del Caribe, hoy en Colombia ese continuo de poder no es más que una quimera.
Por otra parte, entre los gobiernos sociales que en los últimos 15-20 años triunfaron en las urnas en Latinoamérica, pocos tuvieron el impacto de transformar las estructuras sociales y económicas de sus países. El colapso del experimento chavista después de la muerte de su líder quedó convertido en el mejor argumento en contra de cualquier propuesta progresista en la región y específicamente en Colombia. La mayoría de esos gobiernos cayeron en los errores, vicios y miopías de los que reemplazaron: la corrupción, el doblegamiento ante los organismos multilaterales, el PIB como único indicador del éxito, el minimizar la importancia de las capas sociales más desfavorecidas, el enajenamiento de los recursos naturales no renovables a las grandes multinacionales. Lo anterior contribuye a desestimular la esperanza de encontrar en un gobierno progresista alternativa atractiva para este país.
El triunfo de candidatos de izquierda en Latinoamérica en lo corrido el siglo, se debió a la emergencia de sólidas figuras carismáticas respaldados por programas conceptualmente pro-positivos: Evo, Correa, Chávez, Mujica, Lula, Dilma, Bachelet. Por su parte, si se examina el conglomerado de matices, ideas, movimientos y vertientes en las que se fractura el pensamiento progresista en Colombia, este no ha logrado cristalizar, desde el surgimiento de los primeros movimientos obreros hace un siglo con claro matiz socialista, un candidato con una opción real de disputar la elección presidencial. Los que podían serlo fueron asesinados. Hoy no ha surgido una figura que logre convocar, de manera mayoritaria, a una sociedad pensante y críti-ca.
En otro terreno, el pensamiento crítico y social, a nivel local, tiene pocas probabilida-des de emerger con fuerza dentro del contexto global y de mercado donde se premia, estimula y exacerba el individualismo a ultranza. En ese sentido, las fuerzas del Imperio (como las en-tiende Negri y Hardt , el poder soberano que gobierna los intercambios globales y en efecto gobierna el mundo) han logrado enajenar y alienar la mente del ciudadano, no sólo en Colom-bia, sino en el mundo entero. Las redes sociales, los teléfonos móviles (a la fecha hay casi 60 millones de celulares en poder de los colombianos ), los videojuegos, el streaming de películas en dispositivos personales, todo esto consigue que el individuo se enfrasque en una comunica-ción aislada consigo mismo, en una relación narcisista donde lo importante es el selfi y el like, y rehúya los intereses de grupo, de clase, de solidaridad y de convivencia que son base de cual-quier pensamiento crítico y social.
Semejante panorama descrito puede dejar sin aliento al más optimista pensador crítico; sin embargo, no todo es sombrío. Es claro que hay una oportunidad para que el país se abra a una transformación social, económica y política de fondo por vías democráticas.
Palancas del pensamiento crítico
La sociedad cuenta, afortunadamente, con diferentes palancas y pedales para fortalecer un pensamiento crítico y formar una conciencia ciudadana autónoma. En primer lugar, el fortalecimiento de una prensa independiente no controlada por los grupos hegemónicos de poder; esta se convierte en un foro formador de opinión que escapa de las fuerzas gravitacionales de los medios y grupos más poderosos. La prensa independiente del país no supera su debilidad y su limitado impacto. Los portales soberanos, los canales privados (no adscritos a grupos de poder), así como los comunitarios, locales y regionales, y los periódicos independientes, no logran inquietar y hacer reflexionar a una amplia base ciudadana.
Por otra parte, la universidad -cuna de la inteligencia de un país-, tanto la pública como la privada, parece de espaldas al fortalecimiento de un pensamiento crítico y una con-ciencia ciudadana autónoma. Sus estamentos se centran más en asuntos políticos y administrativos, como acreditaciones, certificaciones, publicaciones en revistas indexadas, sistemas de puntos, escalafones y disputas de poder, que en concitar las ideas en torno a propuestas viables para romper las estructuras tradicionales. Los ocasionales foros que tienen como sede los auditorios universitarios no alcanzan a movilizar de manera decidida a una ciudadanía cada vez más apática y escéptica. Por supuesto, muchas entidades universitarias privadas -ricas en recursos-, están concebidas para mantener y fortalecer el statu quo en lugar de cuestionarlo.
Los movimientos sociales, la protesta popular y las acciones ciudadanas igualmente han probado sus bondades para frenar los excesos de poder y obligar al gobierno y los grupos que lo controlan a cumplir sus obligaciones, promesas y deberes, para detener o limitar a las multinacionales en sus prácticas extractivistas y salvaguardar los recursos naturales no renovables. La consulta popular, el derecho de amparo o de tutela, los cabildos y las mingas, son cada una, en su particularidad, herramientas para movilizar y formar conciencia en lo más profundo de la opinión pública
Desde una perspectiva dialéctica, es en el mismo corazón de los dispositivos de control de la sociedad neoliberal donde se vislumbra la forma más efectiva de socavar su estructura. Por una parte, las redes sociales, el medio que el Imperio ha desarrollado en el siglo XXI para anestesiar, alienar y enajenar a la sociedad, es quizás el principal recurso que tiene el pensa-miento crítico para contraponer una conciencia ciudadana y lograr la movilización hacia obje-tivos concretos. Estas redes virtuales demostraron su efectividad en la Primavera Árabe, el mo-vimiento Occupy Wallstreet, el 15-M español, entre otros.
Por otro lado, grupos hacktivistas como Wikileaks de Julian Assange y Anonymous han desenmascarado las más corruptas practicas del Imperio, generando entre la ciudadanía una postura de repudio contra las mismas y potenciando un pensamiento crítico opuesto a dichas prácticas. Y con todo, ni las redes sociales, ni los hacktivistas han logrado movilizar en el país, hasta ahora, una conciencia ciudadana para erigirse contra las formas de dominación de los grupos tradicionales de poder acá reinantes.
Finalmente, los movimientos de género, étnicos y ambientalistas, logran llegar a lo más profundo de la conciencia ciudadana, bien sea para afirmar la identidad sexual, las raíces étni-cas o la conciencia ambiental; estas iniciativas y movimientos logran modificar, entre sus militantes, antiguas prácticas aparentemente enquistadas en la sociedad y abren la puerta a nuevas prácticas y comportamientos autonómicos, alejados de los estereotipos, del clasismo, racismo y de prácticas devastadoras con el planeta y sus recursos.
El gran reto del pensamiento crítico
Desde el derribamiento del Muro de Berlín -y aún antes-, el pensamiento crítico es consciente, en todas sus vertientes y manifestaciones , de su talón de Aquiles: la incapacidad a la fecha de articular una propuesta consolidada y coherente distinta al marxismo ortodoxo, que le haga contrapeso a un sistema tan desarrollado como el capitalismo y su estadio superior, el neoliberalismo. Desde el nacimiento de la Teoría Crítica en la Escuela de Frankurt con Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamin y Fromm, y luego con las sucesivas generaciones de la escuela, la segunda, abanderada por Habermas y la tercera por Honeth, y sus incontables ramificaciones en el pensamiento continental y anglosajón, entre otros Toni Negri, Slavoj Žižek, Alain Badiou, Judith Butler, Giorgio Agamben, Fredric Jameson y Gayatri Spivak, no ha cristalizado un modelo económico, político, social que sirva de alternativa viable al rampante neoliberalismo. Lo anterior solo demuestra que la esperanza de un modelo más justo, más in-clusivo y más equitativo aún está por definirse, y no que el único modelo viable sea el capita-lismo y su faceta más agresiva, el neoliberalismo.
Posibles faros y obstáculos.
Más allá de los puntuales gobiernos progresistas en Latinoamérica del siglo XXI, con su punto más elevado en 2009, y sus relativos grados de éxito, lo cierto es que hoy día, naciones como Venezuela, Ecuador y Bolivia lograron dotarse de constituciones políticas que, si bien no rompieron con la estructura económica heredada, sí dotaron a sus sociedades de mecanismos de participación y acción que la hacían más inclusivas. Es así como las iniciativas inspiradas en la sabiduría ancestral andina, como el Sumak Kawsay o buen vivir en Ecuador y Bolivia, de-muestran que hay opciones viables a la hegemonía capitalista.
Por esas coordenadas han abierto compuertas, en nuestro territorio, en el curso de la agenda electoral, sin embargo, la historia se repite: una izquierda fraccionada entre matices que se confunden con el neoliberalismo (la alianza Fajado, López, Robledo, o la constituida por Humberto de La Calle-Clara López), mientras otra intenta de trazar fronteras con lo más evi-dente del establecimiento (Gustavo Petro), navegando entre una y otra la que levanta matices que tratan de concitar el apoyo de los movimientos sociales a partir de palabras pero sin modelos alternativos, y en medio de ellos un partido político de las Farc que no logra deslindarse (comenzado por su nombre) de un pasado armado en que no solo violaron elementales derechos humanos de miles de colombianos sino que perdieron el norte de su ideal político origina-rio y generaron el rechazo de gran parte de la base que pretendían representar. En este pano-rama, ¿cómo acompañar a Hortensia Murcia a que tome la mejor decisión?
Entre todas esas variables que se reivindican del mismo tronco, solo el exalcalde Petro, con el multitudinario apoyo que recibió de la ciudadanía capitalina ante la intentona golpista del Procurador General de su época, ha despertado entusiasmos sociales. Sin embargo, su falta de experiencia en gestión pública y el poco tino para acercar a la franja del centro del espectro ideológico, así como para darle cuerpo a un proyecto político-ciudadano abierto a un liderazgo colectivo. lo dejan en una precaria situación frente a otros candidatos.
Por su lado, la derecha en Colombia sigue tan rampante como en los últimos ciento cincuenta años -desde la Regeneración de Núñez. El hecho que figura tan controversial como el expresidente Uribe Vélez siga convocando y polarizando grandes sectores de la opinión pública, con sus acusaciones y amenazas, y apelando al miedo y al terror de que el país caiga en el "castrochavismo" son prueba de la efectividad de los grupos hegemónicos sobre una lábil e inmadura opinión pública, y de una conciencia ciudadana que aún no logra autoafirmarse. ¿Cómo evitar que Hortensia Murcia sea llevada al engaño y al equívoco con discursos de la derecha sustentados en la manipulación y el miedo, como ya sabemos que ocurrió durante el pasado plebiscito de los Acuerdos de Paz?
Mientras a esta opinión pública la sigan moldeando, debilitada y aletargada por unos medios controlados por el poder económico y político neoliberal, mientras la ciudadanía no se apersone de su conciencia y no la enajene, mientras no se desarrolle y amplíe un pensamiento crítico, es difícil vislumbrar un gobierno radicalmente distinto a los vistos en el país desde que tiene memoria de sí mismo. Será necesario trascender esa opinión pública, superficial y manipulada, para apelar a la más profunda conciencia individual y colectiva, aquella que se indigna, que no tolera más mentiras, dispuesta a movilizarse en masa, y a enfrentarse hasta las últimas consecuencias a la arbitrariedad y la manipulación, para que pueda emerger un cambio profundo en la sociedad colombiana. Es necesario sentarse con cada una de las personas que como Hortensia Murcia están ávidas de contar con un criterio, pero dada su precaria formación, se ven perdidas frente al mar de mensajes de todo tipo que inundan una campaña electoral, y acompañarlas a que cultiven y desarrollen la autonomía de su criterio. Eso será un primer paso hacia una nueva sociedad.
Hace años, un acreditado profesor universitario extranjero visitaba el país en compañía de su esposa, y recorría los más recónditos caminos. Al llegar a una modesta tienda, a orillas de una vía polvorienta y agreste en las montañas andinas, entró y preguntó por el refresco típico universal. El tendero le contestó con una amplia sonrisa:
-Sí hay, pero no tenemos.
El profesor no supe que contestar y salió, frustrado con la respuesta, pero más conocedor de la idiosincrasia de este país. Una respuesta similar puede darse, frente a la pregunta de dónde y en qué estado está la conciencia ciudadana -más allá de la opinión pública- que lleve al país a una trasformación esencial.
Philip Potdevin
Tomado de Le Monde Diplomatique. edición Colombia, Marzo 2018
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