Los dilemas sociales que plantea Capital e ideología, A propósito de la reciente obra del economista francés Thomas Piketty
Cómo
superar el capitalismo: un socialismo participativo que desacraliza la
propiedad privada
por Philip
Potdevin
La reciente publicación de Capital e
ideología (Ariel, 2019) del economista francés Thomas Piketty –quien sorprendió
años atrás con El capital en el siglo XXI–, ha generado remezones y
reflexiones dentro de un amplio espectro de pensadores y economistas, entre
otros, aquellos pertenecientes a la “izquierda brahmánica” que el propio
Piketty se encarga de fustigar a través de las 1.230 páginas del texto. La
pretensión principal en este nuevo ensayo es explicar las raíces, causas,
métodos y prácticas que la desigualdad ha tenido a través de la historia y
plantear de qué manera es posible superar el capitalismo actual y buscar formas
de sociedad más igualitarias.
¿Cómo
definir a Piketty y su pensamiento en un pincelazo? Es decir, ¿desde dónde nos
habla? Podríamos comenzar por decir que, en esencia, es un socialdemócrata
que quiere devolverle el buen nombre que la social democracia perdió tras el
colapso del Estado de bienestar social a fines del siglo pasado. Por otra parte,
es un federalista con una visión trasnacional de la democracia, basada en la
construcción de normas de justicia socioeconómica a escala regional y mundial, que
aboga por un socialismo participativo, con un Estado social ambicioso y con
altos grados de progresividad fiscal. Por último, admitamos que Piketty es fundamentalmente
un optimista, convencido de que es posible buscar una sociedad menos
desigualitaria que la actual y que, insistimos, es posible superar el
capitalismo actual. ¿Y qué entiende Piketty por socialdemocracia? Es un
conjunto de prácticas institucionales políticas destinadas a proporcionar un
encaje social del sistema de propiedad privada y del capitalismo.
Enfoque
metodológico
Piketty es heredero de la escuela
francesa de los Annales de Bloch y de Lefebre, pero también de Braudel con sus ambiciosos
análisis de periodos de larga duración para vislumbrar cambios, continuidades,
evoluciones y rupturas de la historia. Adicionalmente, Piketty usa el método
del análisis comparativo, entre naciones, y sociedad, tomando datos y cifras de
un amplio repositorio, la World Inequality Database. La obra se inicia
con un extenso estudio de las sociedades ternarias o trifuncionales del medioevo,
divididas en clérigos, nobles y pueblo llano y cómo este esquema ha permeado a
través de la historia en las sociedades desigualitarias hasta el presente.
La esperanza de
una coalición igualitaria
El autor parte de un supuesto
fundamental: La desigualdad es ideológica, no es económica, política, ni
social. Por tanto, hay que buscar la salida de la desigualdad en las mismas
ideologías. En ese sentido, Piketty reconoce la ideología como positiva y
constructiva, “un conjunto de ideas a priori plausibles y buscan el modo en que
debería estructurarse una sociedad en lo económico, social y político”[i]. En otras palabras, la
ideología es un intento de presentar respuestas a un conjunto de cuestiones
extremadamente complejas y extensas. Por lo anterior, no es posible conseguir
la unanimidad en las ideologías por la naturaleza de los temas que abordan; por
ello, el conflicto y el desacuerdo le son inherentes.
Piketty defiende una trama que atraviesa su
argumentación: para que una coalición igualitaria pueda volver a emerger
algún día, se requiere de una redefinición radical en su base programática,
ideológica e intelectual. Dicho en otras palabras, hay una luz. Es posible
construir un relato, un horizonte igualitario de alcance universal, una nueva
ideología de igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento
y del reparto del poder que sea más optimista con el ser humano.
Deuda
foucaltiana. El orden del discurso
La desigualdad se ha mantenido a través
de la historia mediante prácticas discriminatorias, a veces violentas, entre
estratos sociales y orígenes étnico-religiosos. Un régimen desigualitario se
caracteriza, según Piketty, por un conjunto de discursos y de mecanismos
institucionales que buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas,
sociales y políticas. Consecuente con su supuesto básico de la fuerza de
las ideologías, el hilo conductor del libro es que las sociedades
desigualitarias se han sostenido, preservado y perpetuado gracias al éxito de
producir un relato predominante. Recordemos que Foucault, afirma la importancia
del discurso:
"en toda sociedad
la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y
redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función
conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar
su pesada y temible materialidad"[ii].
El asunto es, para Piketty, de primer
orden. Hay que tomarse en serio el papel que las ideologías y sus discursos
respetivos han tenido en la historia. Es sobre las justificaciones históricas y
actuales que la sociedad se ha dado a sí misma es que la desigualdad existe y
es “normal”. Además este discurso predominante sostiene que no es necesario
intervenir la desigualdad, que esta tiende a resolverse por sí misma. Sobre
esta justificación, y mediante relatos, narrativas y explicaciones racionales,
es que se ha construido el edificio de la civilización actual, sostiene
Piketty. Adicionalmente, el relato dominante para explicar la desigualdad es de
carácter propietarista, empresarial y meritocrático.
La sociedad actual parece decirnos: “La
desigualdad de hoy es justa puesto que deriva de un proceso libremente elegido
en el que todos tenemos las mismas posibilidades de acceder al mercado y a la
propiedad.” O también: “Siempre ha habido desigualdad y hoy estamos mucho mejor
que hace siglos” o si no: “Todos obtenemos un beneficio espontáneo de la
acumulación de riqueza de los más ricos, que son los más emprendedores, los que
más lo merecen, y los más útiles (a la sociedad)”. Dicho de otra manera, el
discurso desigualitario, ensalza a los ganadores y estigmatiza a los perdedores
por su supuesta falta de mérito, talento y diligencia.
Es un discurso siempre esgrimido por las
élites para justificar su posición. En similar sentido, la desigualdad ha
aumentado a medida que la culpabilización de los pobres ha aumentado. Este es
uno de los principales rasgos de la sociedad desigualitaria, culpar a los
pobres de su condición. Lo que ha cambiado son los métodos para perpetuar la
desigualdad. Al pasar los pobres de esclavos y siervos a súbditos, se hizo necesario
dominarlos por otros medios, básicamente a través del discurso y el argumento
del mérito.
Es explicable entonces, que cada régimen
desigualitario repose sobre su propia teoría de la justicia. Desde esas
perspectiva las desigualdades no solo deben justificarse por parte de quien
está en el extremo acumulacionista, sino que estas desigualdades deben ser
plausibles y dar coherencia a la organización social y política ideal.
Discurso
identitario vs discurso clasista.
Piketty hace una aguda observación de lo
que llama el social-nativismo o la trampa identitaria poscolonial[iii] de cómo las élites
desigualitarias han logrado cambiar la marea para desincentivar la teoría y las
argumentaciones que derivan de la lucha de clases. Esta ha sido relegada como
un arcaísmo que corresponde a remotas épocas de consignas de los defensores de
las sociedades igualitarias. A partir de la década de 1980-1990, el discurso se
ha centrado con mayor énfasis, no en las diferencias de clase –como si estas
hubieran desparecido milagrosamente– sino en el tema identitario que abarca argumentos
nacionalistas, étnicos y religiosos. En otras palabras, con el fin de socavar
la conciencia de clase, las élites han desplazado el punto de atención hacia lo
identitario, y con ello, logran, casi de manera paradójica, cautivar la
atención y los votos de las clases populares que se dejan llevar por la
seducción identitaria con el efecto de situar en segundo plano la desigualdad.
El discurso
desigualitario en la educación
Pero el discurso desigualitario abarca
mucho más. Toca, de manera principal, la educación. El autor demuestra la forma
cómo hay mecanismos de legitimación del sistema de enseñanza superior, bajo la
apariencia de “dones” y “méritos” que se perpetúan en privilegios sociales
porque los grupos desfavorecidos no disponen de los códigos culturales y las
claves que permiten alcanzar el reconocimiento. Es, en pocas palabras, una
dominación cultural simbólica. Por dar un ejemplo, un joven talentoso no logra
acceder a la educación superior de primer nivel por cuanto desconoce del sistema
de códigos simbólicos necesarios para ingresar a los círculos cerrados de una
élite que monopoliza los mejores centros educativos.
Piketty sostiene que el asunto de la
desigualdad educativa es una de los principales causas para el colapso de la
coalición socialdemócrata de fines del siglo pasado. Estos partidos, con
frecuencia en el poder, no consiguieron revocar el discurso desigualitario ni
generar transformaciones profundas en los sistemas educativos. Por contraste,
la conclusión es evidente: es el combate por la igualdad y la educación lo que
ha permitido el desarrollo económico y el progreso humano, y no, como pueden
sostener algunos, la sacralización de la propiedad privada y la desigualdad.
El discurso
meritocrático
Por otra parte, la actual ideología meritocrática
va de la mano de un discurso de exaltación empresarial y de admiración por los multimillonarios.
El discurso imperante es que aquellos que ascienden, progresan y llegan a la
cima es porque poseen los méritos, talentos y capacidades necesarias y, por
ello, son “premiados” –dentro de una ética de corte protestante bastante análoga
a la descrita por Weber– por una sociedad basada en el éxito, el esfuerzo y el
sacrificio personal. Como si no fuera suficiente, el discurso meritocrático y
empresarial se usa como arma, un argumento de los ganadores del sistema actual
y en contra y estigmatización de los perdedores.
La década de
1980-1990: Punto de inflexión o ruptura
Piketty demuestra, a través de series
históricas y económicas, cómo la década de 1980 a 1990 marcó un punto de
quiebre en los sistemas del Estado de bienestar social que había logrado
avances significativos entre 1950 y 1980. Tras la caída del muro de Berlín y
del régimen soviético se dio paso a un hipercapitalismo con fuerte tendencia
desigualitaria y, en consecuencia, acompañado o sustentado por un relato hiperdesigualitario.
No es extraño entonces que siempre haya
existido una subestimación, por parte de los gobernantes y dirigentes de los
problemas ligados a la desigualdad. Sin embargo, ya en pleno siglo XXI, y en
especial a partir de la crisis del 2008-2009, cualquier argumento a favor de la
desigualdad se ha convertido en un relato frágil. Es en los tiempos actuales
cuando quizás más se ha visto la relevancia de discusiones propositivas para
reversar de manera efectiva la desigualdad en el mundo. La obra de Piketty es
una contribución en esta dirección.
Otro aspecto importante para Piketty es
el relativo a las fronteras. El autor logra demostrar, al efectuar un análisis
transnacional, de qué manera se pone en evidencia el relato desigualitario. No
es un asunto al interior de fronteras sino que al contrario, las trasciende
dado que hoy todas las naciones están estrechamente entrelazadas.
Edad de oro de la
social democracia
Si el período de 1950-1980 fue un periodo
igualitario, al menos en Europa, ¿cuáles son las razones de su fracaso? Piketty
encuentra tres razones: los intentos de instaurar nuevas formas de reparto
de poder y de propiedad social en las empresas quedó reducido a casos específicos
en Alemania y Suecia; segundo, la socialdemocracia no logró ni ha logrado
abordar con eficacia la necesidad de igualdad en el acceso a la información y
al conocimiento y, tercero, los límites del pensamiento socialdemócrata sobre
fiscalidad y específicamente sobre fiscalidad progresiva impidieron una transformación
profunda y duradera en Europa, y por añadidura, en el resto del mundo. Se necesita
sentar las bases de nuevas formas federales transnacionales de soberanía
compartida y de justicia social y fiscal.
Hacia una
propuesta igualitaria en siglo XXI
Después de la década de 1980-1990,
Piketty demuestra prolijamente, mediante gráficos y series, cómo el mundo ha
regresado a altísimos niveles de desigualdad con concentración de riqueza en el
decil superior y disminución significativa del porcentaje que recibe el 50 por
ciento de la población más pobre.
A la vez, mediante el enfoque de larga
duración, logra demostrar cómo, al final de toda sociedad propietarista, se dan
transformaciones políticas e ideológicas debido a profundas reflexiones y
debates en tres frentes: la justicia social, la fiscalidad progresiva y la redistribución
de rentas y de la propiedad. Pero Piketty no cae en la ingenuidad, es
consciente de que las grandes transformaciones políticas y sociales se dan no
solo a partir de la teoría. De allí se desprende que el autor de Capital e ideología encuentre un cruce
entre esta evolución intelectual y una serie de crisis políticas, financieras y
militares.
Para decirlo de una vez, lo que Piketty
propone es una sociedad justa que permite a todos sus miembros acceder a los
bienes fundamentales de la manera más amplia posible: educación, salud, derecho
al voto, participación plena en todas las formas de la vida. En esa línea, prefiere
un socialismo participativo para alejarse de todo socialismo estatal
hipercentralizado estilo soviético. La manera de superar el capitalismo actual,
con su desacralización de la propiedad privada y establecer un sistema con tres
tipos de propiedad: la propiedad pública, es decir aquella encabeza del
Estado y de las entidades administrativas y territoriales, la propiedad
social (aquella donde existe una cogestión efectiva de los trabajadores en
las empresas, como sucede en Suecia y Alemania, y, por último, lo que él llama
la propiedad temporal.
¿Qué es esta última? Se trata de un
sistema en que los propietarios privados más ricos deben devolver cada año a la
sociedad una parte de lo que poseen con la finalidad de facilitar la
circulación de bienes y una menor concentración de la propiedad privada y del
poder económico. Esto se consigue a través de un impuesto progresivo sobre el
patrimonio que permita financiar una dotación universal de capital
destinada a cada joven adulto. La propiedad temporal facilita que la propiedad
privada circule y evita que la concentración excesiva de la misma se perpetúe.
Para Piketty, repetimos, es posible superar el capitalismo actual mediante una
combinación de estas tres formas de propiedad.
Dilemas sociales
que se plantean
Es imposible resumir en tan poco espacio
la magnitud y extensión de esta obra. Basta decir que al final de la lectura
quedan interrogantes abiertos. Preguntas que se convierten en dilemas sociales
nada fáciles de resolver y para las que ni el mismo Piketty ofrece respuestas
claras y únicas. Él mismo confiesa que sus propuestas son provisionales,
sujetas a la deliberación constructiva y propositiva.
El principal dilema que se desprende de Capitalismo
e ideología es ¿cómo desmontar el discurso desigualitario/meritocrático? Si
esto se logra se habrá ganado un buen trecho en el camino hacia el socialismo
participativo. El segundo es lo que Piketty llama el miedo al vacío, o abrir la
Caja de Pandora al entrar en un tema tan complejo y espinoso donde no son
fáciles las respuestas satisfactorias y duraderas. En otras palabras, muchos
piensan que sería demasiado arriesgado poner en entredicho el sistema actual, y
casi que de manera paradójica, habría que agradecer que existen los Bezzos, los
Gates, y los Zuckenberg, pues gracias a ellos la sociedad progresa.
Por otra parte, sigue siendo necesario
para la socialdemocracia superar el efecto de la caída del comunismo y de
cierta manera “el complejo de culpa” que aqueja hoy al pensamiento crítico que
no ha conseguido articular una alternativa clara y convincente para las grandes
mayorías. Y por último, cómo lograr consensos para que esa coalición
igualitaria, aquella llamada a superar el capitalismo, tome la suficiente
fuerza y se imponga frente al discurso desigualitario. Para ello, entre otras
cosas, será necesario trascender las limitaciones de pensar mediante fronteras.
Todo esto encarna un desafío de persuasión a elites, políticos, gobernantes y
electores. No es necesario esperar a que ocurran grandes cataclismos –como la Gran
Depresión del treinta o las guerras mundiales– para aspirar a sociedades menos desigualitarias,
sería demasiado absurdo y de tono muy conservador. Piketty, casi que de manera
socarrona, dice: “Lo ideal sería que el retorno a la progresividad fiscal y el
desarrollo del impuesto a la propiedad privada se llevaran a cabo en el marco
de una gran cooperación internacional. La mejor solución consistiría en un
registro financiero público capaz de permitir a los Estados y a las
administraciones fiscales intercambiar toda la información necesaria sobre los
titulares de los activos financieras…”. Pero antes ha admitido que las grandes
transformaciones sociales y económicas no se dan a partir de los libros y las
recomendaciones de expertos sino de los grandes movimientos sociales… Por tanto,
sí hay esperanza de que podamos vivir en una sociedad más igualitaria.
[i]
Piketty, T., Capital e ideología, Ariel, 2019, Bogotá, p. 14
[ii]
Foucault, M.. El orden del discurso. México:
Tusquets, 2013. p. 14
[iii]
Piketty, p. 1024 y ss.
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