Si puedes ver detrás de los escombros
De tantas raspaduras y tantas telarañas…
Olga
Orozco
I.
Arribo
Traigo los
brazos cargados de espectros
El rostro
escondido tras un tumulto de gritos grisáceos
Miedos
vaciados en el molde líquido de la noche
Como piedras
en bolsillos de los suicidas que se arrojan al mar.
Atrás dejé la
huella bajo la superficie de los sueños
La dignidad dionisíaca
vapuleada
Vestigios de
un naufragio en arenas abandonados al sol
Escombros
invictos escondidos tras risotadas y silencios.
Todo llega a
tiempo como la nave que atraca justo
Antes de
caerse a pedazos al verse reflejada en el embarcadero.
Así arribo a
las orillas de una tarde afilada por la obsidiana del sacrificio.
Vacío como
cántaro desfondado que almacenó himnos de sirenas
El interior
carcomido por moluscos que florecen bajo la lámpara de la tiniebla.
Así, tiritando
bajo el viento verdoso de la palabra indecisa
En la fábrica
de estrellas tejidas con hilos dorados desechados por el destino
Me adentro con
la resolución de los vencidos que anhelan la paz
La que esconde
el canto de los pájaros
—los del día
opaco y los de la noche amiga—.
Arropado de
arrojo como halcón que taladra el vacío tras su presa
Y sin otra ilusión
que la del condenado desnudo bajo su camisón
Vislumbrándose
por fin libre del fárrago óseo que lo ha envuelto hasta allí.
Así,
Abandono las sombras
sobre el quicio levantado entre los rostros y lo imposible.
II.
Vaciamiento
Prenda a
prenda como rocas al abismo caen verdades y vergüenzas.
Desnudo bajo
el inventario y la letanía inocua de errores y tristezas
Engarzadas en
el lienzo que yace entre mis piernas
Me asomo al
terror de las termitas que tañen disonancias
En el canto
apocalíptico de la Sibila del fin de los tiempos:
¡Ignis æterna!
Hordas rompen
el capullo que las sepulta
y trepan por tobillos,
pantorrillas y muslos
Van tras mis
testículos
raíz de antiguos
cantares de gesta
Miles de
divisiones liliputienses ascienden por las corvas del Nuevo Gulliver
¿No es su
objetivo final rapiñar la pera madura de mis entrañas?
¿La fruta de
victorias y rendiciones, de armisticios y huida,
silenciosa
cómplice en la cuerda floja que flota sobre las fauces de los delirios?
Bajo el sopor del
aleteo de luciérnagas enloquecidas por la lámpara del horror
Viajo por el
revés del tiempo y despliego las alas como Pájaro
Cometa que
eleva una niña de bata blanca y lentes claros.
Cruzo océanos
de piedra y canteras de seda y continentes de escombros
Las plumas son
de Ícaro, las entrañas de Prometeo, los ojos reventados de Edipo.
¿Dónde oculta
el miedo sus dientecillos afilados?
¿Dónde guarda
la ansiedad su cofre del Tarot?
La Justicia,
los Amantes, el Colgado, la Torre, el Loco y la Sacerdotisa,
La Estrella,
el Hierofante, el Juicio, la Rueda de la fortuna y el Mago.
¿Quién acudirá
a echar las cartas sobre el mantel del abismo?
III.
Alquimia
Cierro los
ojos bajo el péndulo que me escruta
salta furioso
como magneto que esquiva la polaridad idéntica.
Desde el bulbo
a la intimidad, a mi ego, a la compasión,
a mi voz, a la
intuición color índigo, a la confianza en la Trascendencia.
Y de nuevo
desde el Principio como en un Principio.
La maga que
otros llamamos sacerdotisa y otros, Remedios
Sustenta la
esfera de un hilo
Con ternura de
cocinera que alimenta la luna con papilla de estrellas
Con delicadeza
de bruja que ingresa el quetzal al Sabbath
Con
virtuosismo de muchacha que tañe el organillo para que un hombre
—como yo— se
eleve en su vuelo mágico
Hasta
contemplar satisfecha que el Universo se detiene
Y que los
huracanes invierten y ralentizan sus espirales hasta congelar los vientos
Y las frutas
de la naturaleza muerta resucitan para orbitar en torno a un cirio.
¿Adónde
huyeron los miedos?
¿Adónde
buscaron refugio las termitas?
¿Adónde
volaron los espectros intimidados por la luz?
Abro los ojos
y puedo erguirme
Escucho adámicas
armonías que resuenan en las paredes del edénico taller
La desnudez
que me cubría deviene túnica sagrada casi traslúcida
«Levántate y
anda».
IV.
Navegación
Ahora deambulo volátil rozando las aguas del insomnio
Encaramado en un monociclo entre las nubes
En busca del reflejo que me ice del aturdimiento en que rodé
Al profundo aljibe de los deseos más profanos
Y entre vigilias unas veloces visiones me visitan
Que ya no sé si repeler o acoger
Bajo el yugo deontológico de la sin salida
del ángel y el terrenal
de la maestra y su pupilo,
de la diosa y el mortal.
No me atrevo a confesar ni al confidente de mi ser
interior
Ni a que escape de la pluma a este papel
Imágenes, obsesiones, delirios.
Dos oráculos convergen como haces de luz en un prisma
Toda la sabiduría en un instante:
La imposibilidad de expresar el Tao nombrándolo, y
Liberación, hexagrama 40:
Hsieh, trueno sobre agua.
Philip Potdevin
Philip Potdevin
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