Por Philip Potdevin
Ante una
situación globalmente inédita, y con los hechos cambiando día a día, es
arriesgado aventurar cualquier perspectiva del impacto que causará en el mundo
la súbita aparición y propagación del Covid 19. Más allá de las proyecciones y
cálculos de los epidemiólogos —a veces con visos apocalípticos—, las
perspectivas filosófica y política pretenden ir más allá de los acontecimientos
diarios para ver el bosque detrás de los árboles. Es así como tres de los más
influyentes filósofos contemporáneos, Agamben, Byung-Chul Han y Žižek han
arriesgado sus tempranas interpretaciones con variado acierto.
El
primero, en un infortunado artículo del 5 de marzo titulado “La invención de
una pandemia”[i], dudó de la gravedad de la situación y
aventuró: “hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como
paradigma normal de gobierno” al cerrar fronteras y obligar a todo el mundo a
encerrarse en sus casas. Menos de dos semanas más tarde los hechos en su país dejaron
vergonzosamente expuesto al respetado filósofo italiano.
Por su
parte, Žižek publicó el 16 de marzo en el diario RT, órgano del régimen de
Putin, un artículo[ii] que alegoriza al Covid 19 con la escena
final que Tarantino logra en Kill Bill 2, donde Beatriz asesta un golpe
a Bill llamado «Técnica del corazón explosivo de la palma
de cinco puntos», con el que este, cinco minutos después de recibir el golpe, hace
las paces con Beatriz, sale, camina, aparentemente ileso, y… se desploma
muerto, su corazón hecho añicos. Dice Žižek: “Lo que hace fascinante este
ataque es que en el tiempo que transcurre entre recibir el golpe y la muerte, podemos
mantener una bonita conversación siempre y cuando se permanezca quieto, sentado,
pero con la conciencia de que en el momento que nos movamos y comencemos a
caminar, el corazón explotará y caeremos muertos”. Žižek, elabora esta metáfora
de lo que el Covid 19 puede estar logrando de miras al derrumbe del régimen
chino: “Las autoridades pueden sentarse, observar y hacer seguimiento a las
medidas de la cuarentena, pero cualquier cambio en el orden social (por
ejemplo, comenzar a confiar en la gente) resultará en su caída catastrófica. Y
después, con el obstinado optimismo que le es característico, persiste en apostar
a un comunismo que nunca ha dejado de defender, y aboga por un cambio fundamental
e impostergable: “¿No hablamos aquí del comunismo de viejo cuño, por supuesto,
sino de alguna forma de organización global que pueda controlar y regular la
economía, así como limitar la soberanía de las naciones-estado cuando se
requiera. ¿Acaso todo esto no apunta a la urgente necesidad de reorganizar la
economía global que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado?
Por otro
lado, Byung-Chul Han es más escéptico y contradice a Žižek. Afirma que el
régimen chino saldrá fortalecido de esta crisis y además, comenzará a exportar a
los países occidentales su sistema autoritario de vigilancia total para
disciplinar a sus ciudadanos al modo que los chinos lograron tras una historia
de influencia combinada de confucianismo y comunismo. En China (pero también en
Occidente), que paradójicamente se ha convertido en el adalid global del
hipercapitalismo, Han afirma: “El virus no vencerá al capitalismo —dice—. La
revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la
revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento
colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia
supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es
una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más
justa”[iii].
Hasta
aquí se ve de qué manera el pensamiento crítico —en voces de tres de sus más
reconocidos representantes—, necesita descifrar esta crisis a la luz de las
implicaciones para el paradigma imperante del capitalismo. Labor nada fácil en vista
de la situación jamás vivida a escala global. Las pandemias anteriores[iv],
si bien mucho más letales que el Covid 19 a la fecha, no tuvieron un alcance
global tan vertiginoso ni tampoco la población planetaria quedó tan rápidamente
atrapada por el miedo y el confinamiento de manera tan severa.
Dia a día
presenciamos la forma cómo los dirigentes del mundo, tomados por sorpresa por
la rapidez de los hechos, dan bandazos en la toma de decisiones. Las
disyuntivas son numerosas: ¿Cerrar o postergar el cierre de fronteras?
¿Confinar la gente a la fuerza o inducirla a que lo haga voluntariamente? ¿Ordenar
un confinamiento con muchas excepciones para tratar de desacelerar la economía
lo menos posible? Privilegiar la salud de los habitantes o la salud de la economía?,
son interrogantes a los que se enfrentan día a día los gobernantes. No hay una
cartilla o un manual de instrucciones de cómo proceder. No hay experiencias de
las cuales tomar provecho. Se va a oído, se monitorea la situación minuto a
minuto, hora a hora. El presidente Trump en un inicio desestima la gravedad del
virus, luego lo asume y se pone al frente como «presidente en tiempos de
guerra», luego recula ante las implicaciones que vislumbra en la economía de su
país, más allá de una recesión más.
Comenzamos
a ver decisiones inimaginables hace unas semanas: gobiernos conservadores,
eternos defensores del Estado delgado y no intervencionista —hablamos aquí de
los encabezados por Johnson en el Reino Unido y Trump en los Estados Unidos—, canalizan
billones de libras esterlinas y dólares respectivamente para fortalecer la
salud pública, proveer auxilios de bienestar a sus ciudadanos, proteger sus
ingresos y contener el colapso de la economía. Lo que sería el paraíso de un
programa de izquierda ahora es, de la noche a la mañana, la agenda de los
partidos de derecha que gobiernan sus países. Por otro lado, Italia y España
recriminan a sus gobernantes haber tardado demasiado para imponer medidas
preventivas. Hoy todo parece tarde cuando los decesos por el virus se
multiplican principalmente en los países europeos y en Norteamérica y comienzan
a aumentar en Latinoamérica. Somos testigos del desconcierto y el titubeo de
los gobernantes para proceder acertadamente.
Por todo
lo anterior si bien es difícil aventurar proyecciones más allá de lo que se
vive día a día, lo que es insoslayable es que estamos ante un virus de gran capacidad
letal y contagio excesivamente rápido. Sería un error insistir en el
negacionismo que cayó Agamben. Pero más allá del minuto a minuto que los medios
se empeñan en narrar, como si se tratara de un partido de futbol, es importante
analizar algunos puntos.
En primer
lugar, las numerosas medidas de simulacros, cuarentena, prohibición de viajes, cierre
de fronteras, limitaciones a los desplazamientos fuera de casa, distanciamiento
personal, así como las recomendaciones de abstenerse de tocar físicamente a
personas u objetos, de extremar medidas de higiene, de aislamiento voluntario se
resumen bajo un común denominador: estamos ante una nueva estrategia de
dominación de la humanidad.
Es inédita
la facilidad y rapidez con la que las autoridades de China, Europa,
Norteamérica y Latinoamérica han sometido en pocas semanas a un confinamiento
en ámbitos cada vez más estrechos: países,
regiones, ciudades, y por último, las viviendas de los ciudadanos. Ha quedado
suspendida, de facto, la libertad de locomoción, uno de los derechos menos
cuestionados de la Declaración Universal de Derechos Humanos. El artículo 13 reconoce
el derecho a la libre circulación: “toda persona
tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el
territorio de un Estado” y que “toda persona tiene derecho a salir de
cualquier país, incluso el propio, y a regresare a su país. Cientos de millones
de personas, sin previo juicio, han quedado forzosamente confinadas en sus casas
ante la justificación de frenar la propagación del virus.
La dominación
ha logrado doblegar ciudades, regiones y países a través de dos discursos diferenciados,
gracias a que son prácticamente incontrovertibles. En primer lugar, se ha articulado
el discurso del miedo, el del pánico colectivo, en el punto más sensible de la fragilidad
humana: el miedo a la muerte y en su defecto, el miedo a perder el don de la
salud. Ante esto, ¿cómo oponerse, cómo cuestionar la loable intención de los
gobernantes de salvar a los ciudadanos del horror del virus? Cualquier voz que
intente erigirse para cuestionar las medidas de aislamiento es rápidamente
silenciada, ridiculizada o atacada por desconsiderada, egoísta o simplemente,
estúpida. Lo que se aboga es un tema de supervivencia, de salvar la vida, se
vuelve algo instintivo. El cerebro reptiliano o amígdala, el primero de las
tres cortezas del cerebro, que existió antes de los dos más evolucionados, el racional
y el emocional, alerta al individuo sobre cualquier situación de peligro y lo
obliga huir, a buscar refugio. Este cerebro reptiliano es alimentado por torrentes
de mensajes, datos y alertas que el cerebro racional procesa a través de lo que
escucha o percibe. Los medios y las
redes sociales justifican y dan cuenta de todas las razones para aislarse.
Sin tener
que acudir a teorías conspirativas —esa es la forma más fácil de atacar
cualquier voz disidente—, lo cierto es que las fuerzas dominantes siempre encuentran
formas eficientes de dominar las masas: la esclavitud, la servidumbre, el
empleo precario, la vigilancia. La más reciente, la llamada gestión de la
vida, a través de redes sociales y algoritmos que doblegan la voluntad
humana para que entremos en patrones de consumo, lecturas, entretenimiento,
amistades sugeridas., etcétera. Ahora, los grupos de poder redescubren la
última frontera para doblegar la humanidad; y, a la vez, la más sencilla: el
miedo.
El
segundo mecanismo es apelar al discurso de la responsabilidad personal y la
solidaridad, argumentos igualmente imbatibles, a primera vista. El mensaje que
circula por los medios es “Todos somos responsables de todos”. Esto va en doble
dirección, uno, el del autocuidado para no contagiarse y así no ser vector del virus,
y otro, el cuidar que otros no se contagien o peor aun, no los contagiemos. Se
trata, una vez más, del discurso biopolítico. “El control de la sociedad sobre
los individuos no solo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología,
sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista es lo
bio-político lo que importa ante todo, lo biológico, lo somático, lo corporal.
El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia biopolítica”[v]. Foucault frota sus manos.
Hagamos
una breve digresión. Si bien es cierto que no es justo reducir el tema a las
estadísticas cuando de vidas humanas se trata, no puede ignorarse que a pesar
de la rápida propagación del Covid 19 los contagiados son solo una pequeñísima
fracción, inferior al 0.00001 por ciento de la población global de 7.500
millones de habitantes. Si se saca el
porcentaje de muertes —alta si se mira aislada—, la cifra es tan pequeña que es
difícil aceptar que se trata de una pandemia que quizás fue lo que quiso decir
Agamben.
Volviendo
a lo anterior, la dificultad de oponer un punto de vista contrario al mainstream
mediático radica en que los argumentos adoptados por autoridades políticas y
medicas del mundo parecen irrebatibles frente al sentido común. Lo cual no hace
más que comprobar que la estrategia de dominación es perfecta. ¿Y para qué —puede
preguntarse el ciudadano común—, se pretende esta dominación. La respuesta, la
de siempre: un minúsculo porcentaje, si bien el más poderoso del planeta, es
quien en últimas se beneficia, política, económica y socialmente del pánico
colectivo. Acaparadores, oportunistas, acumulacionistas, grupos de poder,
banqueros, laboratorios, políticos, todos ellos salen triunfantes frente a una
recesión fortuita o provocada, “salvadores" que sacarán a la humanidad de
una crisis inédita.
Desde
otra perspectiva, la situación ha desbordado predicciones y alcances con
un efecto dominó en la economía, desde la estructurada hasta la informal: los
estilos de vida, los sistemas de salud públicos y privados, la vida cotidiana y
la salud mental de los habitantes. La caja de Pandora, una vez abierta, parece difícil
de cerrar.
Con todo,
el virus parece tener un efecto bumerán y se devuelve contra el
hipercapitalismo. Su acérrimo defensor, Trump., comienza a recoger sus palabras
y se da cuenta de que su país y el modelo que representa no están hechos para
una economía cerrada o en pausa. Morir de virus o morir de inanición, parecería
ser el dilema último del paradigma imperante. Por fin parecen soplar vientos
del postcapitalismo, desde el lugar más inesperado como lo es un virus
respiratorio que amenaza dejar sin aire al capitalismo.
Boaventura
de Sousa Santos afirmó hace unos años que el 2008, con la crisis financiera de
Wall Street, abrió un interregno, una época entre el reinado incuestionado del
neoliberalismo comprendido entre 1989 y el 2008, y una nueva época por venir,
más allá del capitalismo. Parecería que ese interregno se cierra en el 2020 con
la crisis del Covid 19, que bien podría ser la «Técnica del corazón explosivo
de la palma de cinco puntos» citada por Zizek. Bastará que pase el Covid
19 y el capitalismo trate de moverse… Puede sonar a pensamiento iluso o soñador,
pero no se puede desconocer que el mundo cambió y no será más como lo
conocimos.
Ante tal
confusión, no es sorprendente que comiencen a surgir manifestaciones de
solidaridad antes desconocidas, a pesar de las restricciones de acercarse al
semejante, de tocar al otro, de abrazar al otro, del miedo infundido a
contagiar o a ser contagiado. El ciudadano común quiere sentirse útil, ponerse
al servicio del otro, acompañar al otro en sus necesidades más básicas, más
sensibles, más elevadas. Las bases de ese individualismo exacerbado tan
cultivado por la cultura capitalista comienzan a socavarse.
Por otra
parte los amotinamientos en las cárceles, como se dieron en varias ciudades del
país, revelan la bomba de tiempo que hay cuando una multitud confinada se lleva
al desespero. Los gobernantes deberían tomar nota de este peligro, pero más que
ellos, es la multitud, esa categoría acuñada por Negri, la que también puede vislumbrar
una oportunidad en la crisis.
Las
contradicciones del capitalismo quedan al desnudo: sobre la mesa los mecanismos
de dominación más extremos, al aire la fragilidad de la sociedad ante el miedo
generalizado, develada la fragilidad del modelo ante el efecto bumerán de una
recesión que suele ser la antesala de toda reactivación económica. Mucho antes
de quienes lo venían vaticinando es probable que estemos pisando el umbral del
postcapitalismo.
*Escritor, miembro del consejo de redacción
de Le Monde Diplomatique, edición Colombia. Artículo tomado de Le Monde Diplomatique edición Colombia, abril 2020.
[ii] https://actualidad.rt.com/actualidad/344511-slavoj-zizek-coronavirus-golpe-capitalismo-kill-bill-reinventar-comunismo
[iii] https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
[iv] Ya hay mucha información que nos recuerda
que la letalidad del Covid 19 es inferior a las grandes pandemias que la
humanidad ha experimentado: la viruela, la gripa asiática, la gripe española,
la peste negra, la peste antonina, etcétera. El diario ABC en su artículo El
coronavirus, comparado con las pandemias más letales de la historia relativiza
la gravedad del Covid 19 ante las grandes catástrofes producidas por las
otras pandemias registradas en la historia de la humanidad
[v] Michel Foucault: “Fragmentos
sobre biopolítica”.
En: Ramon Alcoberro i Pericay. Filosofia
i pensament.
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